*El filósofo Ramin Jahanbegloo (Teherán, 1956) es uno de los intelectuales más populares de Irán. El año pasado permaneció cuatro meses en prisión acusado por el régimen de Mahmud Ahmadineyad de espionaje. La detención, que se produjo poco después de la publicación en EL PAÍS de unos artículos críticos con Teherán, indignó a intelectuales europeos y estadounidenses (entre ellos Noam Chomsky y Umberto Eco), que se movilizaron en su defensa. En agosto, el filósofo salió en libertad bajo fianza y se instaló en India. Mientras está a la espera de juicio (todavía no hay fecha), esta semana presenta en Madrid, invitado por la Fundación Ortega y Gasset, su libro Elogio de la diversidad (Editorial Arcadia).
P. ¿Se considera un disidente del régimen?
R. Pienso que todo filósofo es un disidente.
P. ¿En qué momento se encuentra Irán?
R. Irán es un país que atraviesa una enorme crisis que está generando situaciones crueles e inhumanas. Históricamente, Irán ha tenido muchos altibajos, pero al final siempre se ha encontrado a sí mismo como país.
P. ¿Qué tipo de crisis?
R. En primer lugar, la imagen que se tiene de Irán en el exterior es muy negativa. Sólo se conoce el lado oscuro. Es una imagen falsa. En segundo lugar, en Irán conviven ahora tres culturas: la preislámica, la islámica y la moderna. Esta situación genera una especie de esquizofrenia, a un nivel cultural y político. No sabemos distinguir entre los niveles y ahí nace la crisis.
P. ¿Qué papel juega Ahmadineyad en esta crisis?
R. La revolución fue un trabajo de modernidad (creó una República), pero también de tradición. El propio presidente es fruto de esa mezcla. Él es ingeniero (ha estudiado física moderna), pero a la vez su forma de ver las cosas es tradicional. En Irán no existe un equilibrio entre la tradición y la modernidad. Si no alcanzamos este equilibrio, la modernidad matará a la tradición o la tradición a la modernidad. Además, hay que tener en cuenta que hay mucha tensión en el nivel internacional, sobre todo en Oriente Próximo. Y no se debe separar la política en Irán del conflicto en Oriente Próximo.
P. El eje de sus libros es que resulta posible un diálogo constructivo entre culturas diferentes.
R. Soy un pacifista y creo que ninguna cultura puede cerrarse a otras culturas, si quiere sobrevivir. Mi objetivo en el libro es decir que hay valores comunes entre los seres humanos que pertenecen a diferentes culturas. No creo en el llamado choque de civilizaciones, sino entre intolerantes de diferentes culturas. La verdadera guerra, no sólo en Oriente Próximo, sino en Norteamérica y Europa, es entre los absolutistas y los pluralistas. Estos últimos creen en el diálogo. Por eso en mi libro acuso a los intolerantes, sean de la cultura que sean.
P. Dicen que es demasiado optimista…
R. Soy pragmático. El diálogo diferencia a los seres humanos de los animales. Existe un código universal, que es el resultado del debate entre las culturas, que nos dice que no se debe matar. Son reglas de oro que hay que ir construyendo. Por ejemplo, el problema de la violencia. Si alguien comete un asesinato, todo el mundo condenará al asesino, en España y en un país musulmán. Se puede justificar, pero la violencia no se puede legitimar. Es una ética universal.
P. ¿Se puede ser muy religioso sin ser fundamentalista?
R. El problema no es creer, sino qué haces con tus creencias. Hay grandes creyentes pacifistas.
P. ¿Su paso por la cárcel no le ha vuelto más escéptico?
R. Estuve en prisión 125 días. Fue una experiencia dura. Estar en la cárcel es como el divorcio. Es una cosa mala que te sucede en la vida y que te gustaría que no te pasara. Lo más importante para mí, en la cárcel, fue pensar que no podía dejar que me cambiara, que me convirtiera en una persona vengativa.
P. ¿No tiene miedo de lo que suceda en el juicio?
R. Sólo me da miedo lo absurdo.
Fuente: El País
http://www.elpais.com/articulo/internacional/verdadera/guerra/absolutistas/pluralistas/elpepuint/20070619elpepiint_17/Tes