El drama de Ayotzinapa, Guerrero, encuentra raíces en la obra nietzscheana:
“En el centro de esas experiencias límite del mundo occidental surge por supuesto lo trágico propiamente dicho, partiendo de la demostración de Nietzsche de que la estructura trágica a partir de la cual se forma la historia del mundo occidental, no es otra cosa que el rechazo, el olvido y el arranque silencioso de la tragedia. (Una religión para la muerte; el cristianismo; cruces, espinas, clavos, sangre…)
Una locura en que la razón incursiona en el diálogo; a la distancia óptima, cabalga junto a ella, y el propio discurso y discurrir humano, demasiado humano como para ignorarlo. Locura que sólo evoca y dirige la fuerza crítica y demoledora sobre las ilusiones humanas. Por otro lado, en el envés la tragedia humana: lo trágico de lo humano o lo muy humano de lo trágico, que pretende ser domeñada bajo la cruel benevolencia del humanista y su ceguera (Erasmo, El elogio de la locura).
Sigmund Freud nos develó el mayor exilio y marginalidad poniendo el acento en el mito y la tragedia, el trazo perenne y doloroso del ser humano; el desamparo originario, la dolorosa incompletud: estamos solos en el mundo, siempre en busca de un “algo” que calme.
El drama de Ayotzinapa enuncia que justamente en lo no dicho está lo esencial. Identificada con los marginales del mundo viven la intensidad del ¡ay! desgarrado del dolor hondo de los traumados y desaparecidos por la vida, el ¡ay! desesperado de los hambrientos en el mundo.
Multiplicidad de significaciones infinitas. Someter la realidad a lo destructivo de la miseria y usar un lenguaje que no puede ser interpretado literalmente porque cada uno de los términos está encajado dentro del otro en sucesión infinita o interminable. La televisión ha llevado los pensamientos a imágenes visuales y desplazamientos, siguiendo esta dirección: una expresión incolora o abstracta trocada por otra figural y concreta.
Escenas donde lo trágico se devela como única verdad universal y necesaria, capaz de deslizarse y sortear cualquier vano y equívoco intento de racionalización. Tendrán inevitablemente el estigma del drama de la realidad, de la totalidad escindida entre luz y sombra, vida y muerte, comicidad y tragedia.
Ayotzinapa, un mundo visto, “imaginado” desde un punto de mira no propio del hombre. Tal como realmente lo percibimos. Conciencia angustiada ante el pasar de las cosas y el irremediable transcurrir por la vida-muerte.
El mundo mirado no era como se mira, desde las fronteras de la noche, los límites de la nada. El drama traspasó las fronteras del yo, las trascendió y miró y fue mirado fuera de uno mismo, impersonalmente, intemporalmente. Visión fuera del mundo. Reflexión especular, retención de imágenes, absorción del tiempo y paso a nuevas significaciones.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/11/14/opinion/a07a1cul
14 de noviembre de 2014. MÉXICO