Apuntes sobre Baudrillard

Politólogo (FCPyS/UNAM)
De origen campesino y ante la ausencia de una periferia cultural propicia, la prosa de Jean Baudrillard (Reims, Francia, 1929) madura hacia el desarrollo de un pensamiento crítico a través de un concepto clave: La ruptura.
La carencia del respaldo meritocrático que brinda un capital curricular solvente -requisito común de ingreso a los mandarinatos académicos-, la carrera intelectual de Baudrillard se desliza de manera soterrada en la escena académica; da clases de alemán en el liceo y esporádicamente lecciones de sociología, materia que impartirá en calidad de ayudante durante 1966 en Nanterre, una de las nuevas universidades establecidas en París, y más tarde en 1979, a modo de asistente.

Los primeros ensayos de Baudrillard fueron publicados en la revista dirigida por Jean-Paul Sartre, Les Temps Modernes (1962-63), y discurren sobre una crítica de carácter literario a textos de Italo Calvino, Styron y U. Johnson, o traducciones del alemán al francés que destacan escritos de P. Weiss, B. Brecht y W. Muhlmann.

Entre 1960 y 1966, la cercanía con Henri Lefebvre, entonces un representante del antiestructuralismo, y paradójicamente, la influencia de Roland Barthes, tal vez el más prominente estructuralista del momento, con quien Baudrillard trabaja, favorece una mezcla de ideas marxistas, estructurales, e incluso anarcosituacionistas que analizan el prestigio, el lujo y el poder, en tanto signos consumidos de manera cotidiana. Baudrillard añadirá una acuciosa lectura estética del papel de los medios de comunicación masiva.

Recordemos el clima que rodeaba a la crítica intelectual europea frente a la intervención francesa en Algeria, la oposición al despliegue estadunidense en Vietnam y, por si no fuera suficiente, la pugna generacional, emocional y valorativa, producida por los sucesos de mayo en París durante 1968; circunstancias que explican ese ambiente singular para el estudio sincrónico de la teoría social, la semiología y el sicoanálisis.

Baudrillard convoca a admitir la realización de un mundo que se da en la actualización de los actos, los acontecimientos y los datos de la información, y, de igual forma, en la definición de la imagen, del tiempo, los media, el sexo en la pornografía, el lenguaje en los lenguajes numéricos y el cuerpo en el código genético.

Detallando el reclamo de la ilusión moderna respecto a la alteridad y el pasmo ante una servidumbre voluntaria que hoy, y al margen de los sujetos, se manifiesta en el encadenamiento de los sistemas de datos; en la persecución de la eficacia y eficiencia total, en la validación de un sistema general que lleva inscrito en su dinámica operacional la supresión del juego de la diferencia.

En el fondo, la reincidencia temática de Baudrillard, traduce una nostalgia por la modernidad, esa fuerza crítica depositada en el sujeto moderno, actualmente transferida a función del objeto, justificando el vacío de pasión por construir, o al menos de recrear metarrelatos.

De ahí la actitud de Baudrillard al subrayar que si el mundo se nos dio enigmático, no parece haber razones para clarificarlo; si se presenta rodeado de misterios, sería más coherente aceptar la apuesta por hacerlo inclusive más ininteligible. En suma, y, al margen de estar de acuerdo con el autor, no decir que insertarnos en los circuitos tecnológicos de percepción, puede realizarse sin desconectarnos de nuestras funciones sicofísicas activas.

El estilo de Baudrillard, su renuencia al análisis expresado con orden metodológico, convida a una narrativa que faculta para el estudio del impacto generado por las nuevas formas de comunicación social, y, en particular, acota una preocupación medular: la necesidad de articular un lenguaje analítico particular en función de una experiencia social única, situación transparentada en los juegos sintáctico-semánticos expresados al inaugurar de manera despreocupada categorías tales como hiperrealidad, trans-política e histeresia del poder.

Quizá habría que insinuar las ventajas instrumentales de una actitud indagatoria fijada alegóricamente con el título de violencia teórica; estrategia metódica que tolera la capacidad privativa al sistema para absorber o reciclar inclusive la indeterminación radical, conducida por dicha aceleración en serie, que amenaza la posibilidad de una deyección generalizada.

Baudrillard asegura que el desorden simbólico concierne a un orden superior al del código, y ubica una posible reversión radical antagónica a la lógica del sistema, en una especie de pulsión en voz baja, de un plan que amaga con volcar al régimen por intermedio de su propia dinámica en el límite último de la simulación.

Para Baudrillard al pensamiento contemporáneo sólo le queda un área para radicalizar todas las hipótesis, fuera de la complicidad y dentro de una unión comprensiva con la capacidad hegemónica del sistema para refuncionalizar. Vale.

Fuente:http://www.jornada.unam.mx/2007/03/10/

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *