Reflexión Académica en Diseño y Comunicación NºXVI [ISSN: 1668-1673]
XIX Jornadas de Reflexión Académica en Diseño y Comunicación 2011
Año XII, Vol. 16, Agosto 2011, Buenos Aires, Argentina | 200 páginas
A quién no sabe obedecerse a sí mismo –o sea ser libre–,
se lo manda…
Frieedrich Nietzsche
Comenzaremos explicando en forma global su filosofía,
para luego, poder comprender su concepto de libertad.
La doctrina filosófica de Nietzsche, cuyo carácter poético
y personal, es también en cierto modo la de Kierkergaard;
una filosofía existencial, pero con un sentido
diferente.
En su evolución filosófica, podemos destacar tres períodos:
El primero, se inicia con sus estudios de filología, hasta
1878. Aquí comenzó realizando sus primeros trabajos
de interpretación y crítica de la cultura, y a su vez se
advierte su devoción hacia Schopnhauer, y R. Wagner.
Es la época de El origen de la tragedia en el espíritu de
la música (1872), de la filosofía en la época trágica de
los griegos (1874), de las Consideraciones Interpretativas
(1873-1876).
Los dos períodos restantes, los detallaremos a lo largo
de este análisis. Sin embargo, consideramos importante
resaltar, que a través de estos tres períodos, en apariencia
disímiles, se observa una perfecta unidad intelectual
constitutiva de un verdadero “sistema”, en tanto conjunto
de teorizaciones intervinculadas con una lógica peculiar,
con un orden cierto, y una coherencia afincada en el cambio
de sus sentimientos personales a través de los años.
Así, en su primer momento, en el que sentía una gran
afinidad y simpatía por Schopenhauer, hará gala de una
marcada distinción entre lo apolíneo (perfecto como el
ideal griego, sin desmesura, equilibrado, etc.) y lo dionisíaco
(exacerbado, pasional, terrenal, epicureísta, que
Lucrecio representó, como una excepción a la época
clásica). De esta primera etapa es Así hablaba Zaratustra,
en la que se aprecia una luminosidad solar vitalista,
jovial, irónica, pero dentro de un lirismo profético esperanzado
signado por el “eterno retorno”. Su apelación
a la Tierra era entonces tremendo desafío a la cultura
alemana de su época, y sobre todo a la filosofía hegeliana
que identificaba lo real con lo racional, siguiendo los
pasos de aquel Parménides de Elea. Prefiere el peligro
de las emociones fuertes a la mísera conformidad burguesa,
para él “enferma”, “decrépita” y que sólo aspira
a un buen descanso de las conciencias.
Respecto a lo apolíneo y a lo dionisíaco, digamos que
ambos son principios metafísicos que explican el Mundo.
Los griegos percibieron ambos principios, y su tragedia
es una composición que los reúne armoniosamente,
pero es Sócrates –según Nietzche– el asesino de la tragedia
griega, por haber querido inculcar a sus contemporáneos
la rigidez de lo apolíneo, que le costó la vida.
Para Nietzche de esta primera época, la vida es un juego
trágico en constante devenir (Heráclito), y el Ser es
entendido como impulso metafísico, torrente de vida,
fuerza caótica, que hace de los males verdaderas virtudes
nacidas de las pasiones: El Hombre necesita amarsus virtudes
para perecer por ellas.
A esta etapa le sigue otra, precedida por un largo silencio.
Ésta, que es llamada la etapa ilustrada, que emula
al “Iluminismo francés”, va a ser contraria a la primera.
Aquí a Nietzsche le interesa la ciencia solamente, desde
un punto de vista estrictamente biológico, a partir
del cual trata de encontrar motivaciones psicológicas.
Sigue las huellas “voltaireanas”, que como sabemos, tal
como nos ha mostrado en sus Novelas y Cuentos, este
pensador francés mira a nuestro modo de vivir con una
mirada ajena, que en su ex profesa ingenuidad nos desnuda
y nos hace advertir los absurdos en que asentamos
nuestros criterios y conceptos en general. Esto es lo que
toma Nietzsche de Voltaire; la extrañeza, el desconcierto,
el fingir que está contando historias disparatadas que
no hay que tomar en serio. Pero siempre sabemos, que
detrás de este estilo literario, Nietzsche, buscará aquí la
comprensión profunda y verdadera del alma humana,
de su valor tanto como de su incurable estupidez. Por
eso es que en realidad, podríamos llegar a decir, que
esta segunda etapa del autor, es científica, sólo en cuanto
pretende defenestrar todo lo ideal, lo que sea producto
de una ensoñación, y esto sí es iluminista, pero
no comparte el optimismo sobre el progreso de la vida
colectiva, que tenían los pensadores del siglo XVIII.
El quizás supuesto iluminismo de Nietzsche, es consiguientemente
sólo una preparación para su posterior e
incisiva crítica de la cultura europea y e su “moralina”,
encarnada en el Cristianismo, socialismo y el igualitarismo
democrático. Entramos en la tercera etapa, donde
el estudio de los valores es una constante. La luminosidad
solar de la primera etapa, deja paso ahora al nada
jovial tono sarcástico y exasperado, que se advierte en
Más allá del Bien y del Mal. En Ecce Homo, pag. 107,
Sánchez Pascual dirá que “…la óptica del libro es de la
proximidad, la del microscopio, la de unos ojos que casi
chocan con su objeto, y por lo tanto, es una óptica que
conduce a la negación, motivada por unas miserias que
ahora son contempladas desde cerca, sin aquella lejanía
del Zaratustra que permitía pasar por alto y olvidar momentáneamente
los defectos…” Es esta tercera etapa, la
más negativa y destructora.
Pasemos ahora a hablar puntualmente del tema que nos
ocupa en este análisis, o sea la libertad.
Dice Nietzsche, exaltando la voluntad de poder y la fuerza
creadora del hombre en Así hablaba Zaratustra: “…
yo amo a quienes poseen corazón libre y espíritu libre,
de modo que su cabeza no es sino entrañas de su corazón…”
Dios aparece dentro de esta idea como “una contradicción
a una Libertad humana”. Cuando el hombre
se comprende a sí mismo, no puede soportar la idea de
Dios. El único límite soportable de su libertad, es la tierra,
entendida como el germen de la más alta esperanza.
Así es como anuncia en Así hablaba Zaratustra, la revelación
de la “la muerte de Dios”, puesto que no hay bien
ni mal, ni salida extraterrena a través de la “divinidad
sometedora”. Al aceptar esta revelación, el último hombre,
(decadente, incapaz de crear ni de elevarse a sí mismo),
podrá vislumbrar la aparición del Super-Hombre,
verdadero héroe trágico alejado de los hombres simples.
La religión inculca culpa, asiente Nietzsche. Es, desde
luego creación social –forma parte del cuarto nivel de
Legitimación del que hablan los sociólogos norteamericanos
un animal simbólico
que se asienta en valores (como ya lo afirmaba Chesterton),
pero surgidos para la auto-conservación humana,
según Nietzsche. El hombre está preso de los valores
creados por esta sociedad, “… y al no poder desahogar
sus instintos hacia afuera, los descarga hacia adentro: así
se forma la “interioridad humana…” (Andrés Sánchez
Pascual, en su comentario sobre la Genealogía de la Moral).
Vemos como Nietzsche es fuente de inspiración de
Sigmud Freud, al hablar esté último del super-yo, como
conciencia moral, y que Nietzsche llama “mala conciencia”
en la Genealogía de la Moral (tercer período), por
inculcar culpa en el Hombre (Sschuld). Esta “interioridad”
humana es un obstáculo para la libertad del Hombre,
tema que siempre aborda Nietzsche de una u otra
manera en sus tres períodos. Así, en Así hablaba Zaratustra,
al hablar de las tres transformaciones del espíritu,
dice metafóricamente que la segunda de las transformaciones
de este, es en “león”; la frase representativa del
león: “Yo quiero”, por lo que el mismo quiere conquistar
la Libertad y ser amo de su propio desierto.
Ahora bien: para crear valores nuevos, que hagan a la
esencia del super-hombre, es necesario algo más que el
León. Por eso sobreviene la tercera transformación del
espíritu en “niño”, símbolo del super-hombre, carente
de ataduras, que es capaz de destruir para crear, y ser
–de alguna manera– feliz. Es el que ha perdido el Mundo,
pero “quiere ganarse su Mundo”. Es el único ser,
capaz de la Libertad plena, capaz de dar a luz “una estrella
bailadora” (CF. Así hablaba Zaratustra). El superhombre,
es el único que es capaz de vivir una existencia
riesgosa, con auténtico heroísmo, capaz de construir sus
propios valores y de seguirlos: es un hombre de actuar.
La moral de los esclavos, en cambio, se somete y acepta
el sometimiento, y hace de esta estabilidad un medio.
Pero el super-hombre desafía los cánones pre-establecidos,
y sólo por eso es realmente libre. Otro rasgo que
tiene es que sale de sí, solidario –“altruista” como diría
Comte–, pero no “benevolente” ni “piadoso” como los
hombres religiosos, lo cual contradice además, la típica
actitud contemplativa y “puertas adentro” de los filósofos
tradicionales, y es por eso, que de esta actitud de
apertura (Heidegger), surge otra arista de la Libertad. El
super-hombre no “valora” como hombre. No dice “infame,
malvado, o pecador”. Dice “enemigo, insensato,
enfermo”; o sea, apunta a lo que a él lo puede llegar
afectar en su propio Ser. Es, lingüísticamente hablando,
más realista, y a la vez más subjetivo, al emplear términos
desprovistos de cualquier connotación de moral
objetiva o religiosidad.
Decía Zaratustra en uno de sus discursos “…mi Yo me
ha enseñado un nuevo orgullo, y yo se lo enseño a los
hombres: ¡a dejar de esconder la cabeza en la arena de
las cosas celestes, y a llevarla libremente, una cabeza
terrena, la cual es la que crea el sentido de la tierra!…
Una nueva voluntad enseño Yo a los hombres: ¡querer
ese camino que el Hombre a recorrido a ciegas, y llamarlo
bueno, y no volver a salirse a hurtadillas de él,
como lo hacen los enfermos y moribundos!…” Así se va
gestando la idea que expresará en la Genealogía de la
moral (1887), respecto de que quienes tienen inclinaciones
ascetas, siempre cargan con una culpa, y que el
ateísmo permite no tener deudas con los dioses, es decir
actuar libremente, o como decía Zaratustra, “…mostrar
el orgullo de ser de la tierra, única razón para sacrificarse…”,
para que esta pertenezca al super-hombre.
Sobre este tema de la libertad, bien podemos remitir al
siguiente párrafo de Así hablaba Zaratustra, en donde
expresa lo siguiente “…donde quiera que Yo encontrara
vida, encontraba también la pérdida de obediencia.
Todo lo que vive obedece. Y he aquí mi segunda comprobación:
A quien no sabe obedecerse a sí mismo –o sea
ser libre–, se le manda. Tal es la naturaleza de lo vivo. Y
he aquí mi tercera comprobación: mandar es más difícil
que obedecer. Y no solamente porque el que manda
lleva la carga de todos los que obedecen y fácilmente se
desploma bajo esa carga, sino porque todo mandar, se
me revelaba como tentativa y riesgo. Siempre se arriesga
lo vivo cuando manda… Incluso cuando así mismo
se manda lo vivo, tiene que sufrir las consecuencias de
su mandar. Tiene que ser juez y vengador y víctima de
su propia ley… donde quiera que encontrara vida, encontraré
la voluntad de poder; y aún en la voluntad del
servidor, encontraré la voluntad de ser amo…”
Ahora bien, la voluntad de poder es esencialmente creadora
y donadora: no aspira, no busca, no desea, sobre
todo no desea el poder. Da: el Poder, en la voluntad; es
como “la virtud que da”; la voluntad por el poder es en
sí mismo, donadora de sentido y valor.
En síntesis Nietzsche propone al hombre la recuperación
de su propio orgullo, y la auto-exigencia de su
propia elevación. De este modo será capaz de gozar –
nuevamente –sin ataduras– del “sentido de la tierra”,
a través de la voluntad de goce, unida a la voluntad de
poder. Así se tendrá fe en la vida, sin necesidad de huir
de sí mismo, ni con las cosas de ultramundo, ni con
el trabajo furioso, rápido o nuevo que sólo hace que el
hombre sobrelleve el momento presente, cosa tancomún
en el convulsionado siglo en que vivimos y ya en
el siglo XIX en que vivió Nietzsche, época de auge del
llamado “progreso”.
Referencias bibliográficas
– Carpio, Adolfo. Principios de Filosofía.
– Nietzsche, F. Genealogía de la moral.
_____ Así hablaba Zaratustra
Nietzsche, Frieedrich Wilhelm fue publicado de la página 66 a página68 en Reflexión Académica en Diseño y Comunicación NºXVI
Fuente: http://fido.palermo.edu/servicios_dyc/publicacionesdc/vista/detalle_publicacion.php?id_libro=128
25 de diciembre de 2010