κατὰ τὴν παροιμίαν πολλὰ ψεύδονται ἀοιδοί // Según el refrán, mienten mucho los poetas (Aristóteles).
El origen de la filosofía como creación original del espíritu o cultura griega, bajo ciertas condiciones económicas, políticas y sociales, junto con “la aparición de inteligencias excepcionales”, como afirma J. Burnet en Early Greek Philosophy, se ha entendido como tránsito del mito al lógos, es decir, como el paso de las explicaciones mítico-religiosas sobre el mundo a las explicaciones racionales filosófico-científicas.
Sin embargo este paso, que puede calificarse de “ruptura epistemológica” en la terminología de Gaston Bachelard, de ningún modo puede pensarse, desde una lectura positivista, como un corte repentino entre mito y filosofía o ciencia, sino más bien como un largo proceso de lucha dialéctica de varios siglos, en un proceso de creciente secularización y racionalización del pensamiento mítico.
La compleja relación entre mito y logos puede compararse, salvatis salvandis y de forma analógica, con las polémicas y conflictivas relaciones de fe y razón durante varios siglos de cristianismo.
También la modernidad será interpretada por Max Weber como un lento proceso de secularización, racionalización y desencantamiento de un mundo sacralizado por la fe cristiana, por el que la razón científica y filosófica se libera del imperio de la teología.
La religión griega, sin embargo, en sus diversas formas, pública o mistérica, centrada más en el culto que en creencias dogmáticas y al carecer de libros sagrados y de un clero jerarquizado controlador de la ortodoxia, propició un clima de flexibilidad y de más libertad al logos filosófico que el futuro cristianismo, pese a la persecución por impiedad de filósofos como Anaxágoras, Protágoras o Sócrates, cuando la religión se puso al servicio de intereses políticos.
Diversos especialistas, como Cornford, Guthrie, Vernant o Jaeger entre otros, han defendido una cierta “continuidad histórica” entre mito y logos, pues la actitud filosófica convive “mezclada” con esquemas míticos, por no existir una clara demarcación entre ambos.
Esta coexistencia es observable no sólo en las primeras cosmologías de los jónicos, sino de forma muy notable en las escuelas itálicas, especialmente en la escuela pitagórica, que influirá enormemente en Platón.
Así, por ejemplo, el agua de Tales como principio primordial, conectaba con el río Océano que circunvala la tierra en la cosmogonía de Homero o con la mítica laguna Estigia, como señala Aristóteles.
Igualmente, habría elementos de la cosmogonía órfica en el ápeiron de Anaximandro, como la expiación y castigo entre los contrarios y el eterno retorno, o el aire (pneûma) de Anaxímenes como principio cósmico y el carácter aéreo del alma, que en la concepción órfica penetra en el cuerpo mediante la respiración.
Una concepción “materialista” del alma, presente también en algunos pitagóricos, que Heráclito entenderá como chispa del fuego cósmico y como principio racional que participa del lógos (ley racional y orden del mundo), destinada a fundirse de modo panteísta con el Todo Uno.
Para los primeros filósofos todo lo que existe es corpóreo y hay que esperar a Platón para una distinción clara entre materia y espíritu.
El helenista W. Nestle (así en su Historia del espíritu griego), distingue entre dos formas de entender el mito. La primera es la interpretación alegórica, que tiene una función apologética y se opone a una lectura literal del relato mítico, y busca una verdad oculta (hypónoia) en el relato, pues el mito sería una mera imagen de una realidad esencial o núcleo que hay que descubrir.
La segunda es la interpretación racionalista o crítica de los mitos, que elimina esa realidad esencial como objeto de creencia, pues el propio núcleo no debe ser creído.
La interpretación alegórica de los mitos, partiendo del orfismo, penetró en la misma filosofía con Heráclito, Empédocles, Anaxágoras o Platón, manteniendo un compromiso con la religión tradicional.
Platón, por ejemplo, en el Gorgias reiterpreta en clave ética el mito de las danaidas, comparando el barril agujereado con la parte concupiscible del alma.
En el helenismo la escuela estoica siguió la interpretación alegórica de Heráclito. Y el judío Filón de Alejandría, con el mismo método alegórico descubrió ideas griegas en el Antiguo Testamento. Este método alegórico pasó al neoplatonismo y al cristianismo. En Orígenes se encuentra en el triple sentido de la Escritura: literal o físico, moral o psíquico y alegórico o intelectual, complementarios entre sí.
En cambio, la interpretación racionalista se halla ya en Hecateo de Mileto, con su lectura crítica y empírica de los hechos históricos, sin recurso a las musas ni a las fantasías de los poetas y anticipando la crítica religiosa de los sofistas.
Detrás de los mitos habría hechos reales adornados con rasgos maravillosos, que hay que racionalizar: Así, Europa sería raptada por un cretense llamado Tauro (toro). Algo semejante pasó con Helena. Prometeo sería un rey escita encadenado por sus súbditos acosados por el hambre. Eolo era un astrólogo que enseñó a Ulises el arte de manejar los vientos en la navegación. Y detrás del monstruo infernal habría una serpiente venenosa que envió al Hades a muchos humanos. Y así con otros mitos.
Estos dos tipos de interpretación muestran la temprana duda sobre la verdad de los mitos en el mundo griego, que en su versión moderna será continuada con la “desmitificación” racionalista y crítica de la Ilustración, esta vez en ruptura epistemológica con los relatos míticos de la biblia y de la teología cristiana.
Fuente: http://blogs.periodistadigital.com/humanismo.php/2018/01/14/del-mito-al-logos-2
16 de enero de 2018