Diversidad, lenguas y democracia

Es filósofo y Ex senador nacional.
La pensadora francesa reflexiona sobre el concepto de lo verdadero en un universo de opiniones políticas de peso similar, cuadro que parece entrar en crisis con discursos como el de Donald Trump.


Trump. Para Cassin, sus mentiras poco tienen que ver con el relativismo que propone la sofística.
—En “Elogio de la traducción”, usted celebra la pluralidad de las lenguas. ¿Es éste un locus para celebrar la democracia?

—No celebro tanto la pluralidad de las lenguas como su diversidad. La diversidad es, en efecto, y a mi criterio, el atributo más propio de la democracia, así como también de las lenguas. En materia política, es esto lo que pensaba Hannah Arendt, siguiendo en esto a Aristóteles, quien a su vez seguía la manera en que los sofistas concebían y fabricaban la polis a partir del agôn, es decir, de la disputa y del intercambio entre las opiniones, los juicios. En su Política, Aristóteles compara la democracia, el menos malo de los regímenes (y no “el bueno”…), con un público de teatro que nunca es tan excelente como cuando gente que ignora todo de él se encuentra allí junto con expertos y críticos avezados, o también con una comida compartida, una especie de picnic, tanto mejor cuando cada uno aporta algo diferente; y hasta con una alimentación sana en la que los elementos poco nutritivos, la ensalada, el bolo alimenticio, son tan indispensables para la salud como la carne. Lo mismo ocurre en la democracia: la gente del pueblo, la gente común, es tan necesaria como los políticos y los politólogos. En cuanto a las lenguas, a las culturas, a los saberes, a las visiones del mundo, es igualmente la diversidad lo que me parece el elemento esencial. La traducción no es más que el aprendizaje de un conocimiento y una experiencia con las diferencias, lo que precisamente necesitamos para ser ciudadanos en democracia, y es por eso que la pondero.

—¿Qué puede decirnos de la búsqueda de una democracia universal? ¿Definiría usted la homonimia como el real de la democracia?

—Soy muy reticente en lo que respecta a lo universal, aun como adjetivo, por lo tanto sin mayúscula, aunado con democracia. Creo que lo universal es siempre lo universal de alguien, y desconfío terriblemente de lo que se impone bajo el nombre de “democracia”. Si con la traducción pondero la homonimia, es porque considero el juego sobre el lenguaje como una dimensión esencial e imprescriptible de la palabra. El rechazo del otro comienza cuando asimilamos lo que dice el otro a lo que nosotros mismos decimos, ya que cuando no lo logramos, nos arriesgamos entonces, como los griegos, a expulsar a este otro demasiado diferente fuera del logos, en el sinsentido de la barbarie, en las tinieblas exteriores de lo no humano. Es lo que Aristóteles hace con los sofistas, que rehúsan plegarse a la univocidad, un sentido, uno solo, y el mismo para todos, para una palabra como para una frase; los sofistas, que se quedan en “lo que hay en los sonidos de la voz y en las palabras” y que rehúsan hablar como él, ya no son más hombres, sino “plantas”… La homonimia me parece, en efecto, no un mal temible sino una propiedad de las lenguas y de cada lengua, que puede servir para distinguirlas, para singularizarlas. Me uno aquí a Lacan y su atención al significante. Para él, una lengua entre otras no es nada más que la integral de los equívocos que su historia ha dejado subsistir en ella. La homonimia es, si se quiere, lo real de las lenguas. Y es cierto, para bien o para mal, que el discurso político, también y ante todo, juega casi siempre sobre el equívoco: en cuanto a mí, me gusta más la homonimia, y el juego de las interpretaciones, que una pseudoexigencia lógica de identidad inamovible y universal. Es sin duda una extravagancia de filólogo…

—Según el pensador argentino H.A. Murena, en el episodio de Babel Dios entrega a los hombres la oportunidad de celebrar su humanidad en la pluralidad de las lenguas, pero también, en el episodio de Pentecostés, la de la comunicación a través de esa pluralidad, pues en este último pasaje bíblico hay una especie de traductor secreto que permite que cada quien hable en su lengua y todos los otros lo entiendan en la propia. ¿Qué puede decirnos al respecto?

—Estoy totalmente de acuerdo con esta interpretación de Pentecostés en relación con Babel, y en primer lugar con esta interpretación de Babel como oportunidad y no, ante todo y solamente, como maldición. El texto bíblico señala que con Pentecostés el milagro no es que los apóstoles hablen todas las lenguas, ya que siguen hablando en su lengua, sino que cada uno de los oyentes escuche su propia lengua. Por lo que la conclusión se impone: sea cual fuera la lengua que hablan los apóstoles, es Dios, o el Espíritu Santo, quien la vuelve inteligible. Es El el primer traductor.

—¿Cuál es la especificidad de la operación filosófica a partir de la lengua? ¿Cuál es la especificidad de la operación sofística?

—La operación de la gran tradición filosófica, que comienza reflexivamente con Aristóteles, consiste en privilegiar dos dimensiones del lenguaje: el “hablar de”, como “Sócrates es mortal”, “esta mesa es blanca”; dicho de otra manera, la dimensión “lógica” en el sentido amplio describe lo que es, lo demuestra y se alinea con el criterio de la verdad. Y luego, el “hablar a”, como “jueces, este hombre es inocente”, que cubre el dominio de la retórica y se alinea con el criterio de lo persuasivo. Está claro que lo que digo aquí es demasiado simple, y cualquier verso de Homero, cualquier diálogo de Platón, cualquier tragedia griega excede esta clasificación. La poesía, como su nombre lo indica, “hace” algo; Platón, por su parte, dice que ella “hace pasar del no ser al ser”. Alcanzamos allí una tercera dimensión del lenguaje: la de la performance, que Austin aislará con otro tipo de rigor como “performativo” –“los declaro unidos por los lazos del matrimonio”–, y cuyo criterio es la “felicidad”, el “éxito”. Esta tercera dimensión es característica de la discursividad sofística. Platón la distingue terminológicamente de la demostración. La performance da más, muestra a aquel que habla, y agrega más sobre el objeto. La palabra platónica a la que podemos remitirnos, epideixis, designa al mismo tiempo un género retórico muy particular, el elogio, del que puede decirse que excede la retórica y la simple persuasión en cuanto que transforma el mundo y la visión que de él tenemos. El más emblemático de los “elogios” es el Elogio de Helena de Gorgias, que transforma a una Helena adúltera responsable de la muerte de miles de griegos en una Helena inocente. Tal es el poder del “gran soberano” que es el logos, el que, según Gorgias, “con el más pequeño y el más inaparente de los cuerpos, performa los actos más divinos”.

Comprendemos la relación con la dimensión de lo político, que se construye por medio de la palabra. Una magnífica y reciente prueba de ello es el “pueblo arco iris” de Africa del Sur, “performado” por la Comisión Verdad y Reconciliación, que Desmond Tutu, que presidía, caracterizó con una frase al estilo Gorgias: “Creemos a menudo que la palabra expresa lo real. La Comisión no comparte este parecer… La palabra construye la realidad”. Entonces, podemos compartir el juicio de Austin: la dimensión performativa juega con dos fetiches, el fetiche verdadero/falso y el fetiche valor/hecho. Si éste es el caso, entendemos que la sofística pueda inquietar. ¿No conduce directamente, como el final de los grandes relatos de Jean-François Lyotard, a la era de la post-truth dolorosamente ilustrada por Trump? ¿Platón y Aristóteles, y toda la filosofía biempensante con ellos, no tuvieron razón al expulsar a los sofistas? Mi respuesta es simple: la sofística, con Protágoras, por ejemplo, propone un relativismo consecuente. Hay en ello algo muy exigente, que pide que cada uno ejerza su juicio, determina lo que es “mejor para”: para sí mismo, para la polis que es la suya y que él quiere construir. “Y tú necesitas soportar el ser medida”, dice Protágoras. Arendt dice, igualmente, que el juicio es la facultad política por excelencia. Se trata de ejercer esto y, en consecuencia y ante todo, de educar.

Samuel Cabanchik
Fuente: http://www.perfil.com/elobservador/diversidad-lenguas-y-democracia.phtml

24 de junio de 2017

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