Lo más justo que se puede decir de La filosofía de Heidegger. Un nuevo oscurantismo, libro elaborado por el español exiliado y afincado en Alemania, Heleno Saña (Barcelona, 1930), es que su título es absolutamente atinado.
El sr. Saña se esfuerza alo largo de más de doscientas páginas en ofrecernos un resumen exhaustivo de los principales tópicos del pensamiento heideggeriano con el propósito exclusivo de desprestigiarlo y descalificarlo. A nadie se le oculta que no hay obra filosófica en todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI que haya suscitado más controversia que la del ermitaño de Messkirch. Su vinculación con el nazismo es el elemento central, pero no el único, de dicha polémica. Su estilo hermético y su temática deliberadamente anacrónica difícilmente dejan indiferente a ningún lector. Pero el eje de la diatriba del sr. Saña es relativamente novedoso, al menos en la literatura en castellano: tratar de demostrar que Heidegger era un impostor del pensamiento. En este sentido, los párrafos que Adorno le dedicó en diversos pasajes de sus libros marcan un precedente a este texto, que procura trazar una inhabilitación absoluta del pensamiento de Heidegger.
Pero esta uniforme pretensión globalizadora le resta capacidad de convicción. El rechazo que el sr. Saña (¡qué apellido más adecuado!) muestra por la filosofía de Heidegger es tan monolítico que termina mostrando rasgos ingenuos o simplistas: “Aunque [Heidegger] subrayará una y otra vez la independencia de su concepción del hombre y del mundo […] es innegable que sus posiciones fundamentales son replanteamientos, reinterpretaciones, reconstrucciones y sobre todo deformaciones y manipulaciones de actitudes ideativas anteriores a él”. No hay más remedio que preguntarse en todo caso si es posible concebir alguna filosofía que no sea reconstrucción o replanteamiento de propuestas anteriores.
También se lee en otro lugar de este libro: “Las definiciones de Heidegger se limitan a ser a menudo simples metáforas, a las que él -poeta a ratos perdidos-, concede un gran valor.” Es inevitable asimismo preguntarse qué filosofía puede acreditar el sr. Saña que no esté compuesta por una estructuración de metáforas. Este tipo de reproche inusitado tal vez trasluce que el autor aboga por una filosofía como teoría afirmativa o apodíctica: un manual donde venga explicado con perfecta consistencia cuál es el sentido de la existencia (es decir, un catecismo). Así se explicaría por qué no encuentra valor alguno a imágenes tan bellas como las que Heidegger nos legó al escribir sobre el ser humano como pastor del Ser.
El perenne interés por la obra de Heidegger revela hasta qué punto nuestro presente se siente ayuno de la tradicional dimensión metafísica u ontológica de la filosofía, en un mundo devastado por la desesperanza y desconsolado por el relativismo científico y cultural. Un mundo en el que la profunda institucionalización del totalitarismo económico y político convierte a todas las ideologías en “falsa conciencia”, como ya advertía Marx. Más allá de los abismos políticos por los que Heidegger se precipitó voluntariamente, es posible releer su obra en clave de síntoma sugerente de la desdichada condición existencial del sujeto en una sociedad esencialmente totalitaria. Así lo han hecho diversos autores muy poco sospechosos de simpatizar con la reacción: Lacan, Celan, Derrida, Vattimo, incluso Marcuse, desde la respetuosa discrepancia. Es legítimo sentirse en total desacuerdo con Heidegger, pero no lo es tanto despacharlo adialécticamente bajo la simplista categoría de impostor. Quizá Saña tendría que preguntarse en otra ocasión por qué Heidegger logra fascinar ininterrumpidamente a tantos espíritus diferentes.
Fuente: http://www.elimparcial.es/noticia/168042/Los-Lunes-de-El-Imparcial/
8 de agosto de 2016. ESPAÑA
Heidegger no es considerado un mero impostor por Saña, sino también por Bunge y ambos con buenos argumentos. Pero ha quedado demostrado, aunque los heideggerianos lo nieguen una y otra vez, cada vez con menos razón (perdón, se me olvidaba que la razón es el enemigo del pensar como decía el nazi de Messkirch),y en cambio los denostados hasta el insulto más violento por los epigónos de considerado por esos mismos epígonos como el “más grande filósofo de la historia”, como fueron Farías, Bourdieu y E. Faye, que Heidegger era un mero nazi y que introdujo el pensamiento nazi y völkisch en la filosofía. Peores han sido las estrategias de defensa de los heideggerianos que llevan incluso a matar la filosofía con tal de salvar al “Maestro”, al “segundo Platón” y demás patéticos epítetos. Y si muchos caen rendidos ante su jerga voluntariamente obscura (“auténtica”) es porque, como dice Bunge, confunden obscuridad con profundidad. ¿Cómo es que un nazi reaccionario, totalitario y racista que afirma que sólo se puede pensar en griego antiguo y en alemán causó tanto impacto en Francia y en las Facultades de Filosofía de países tercermundistas como los nuestros? Esa es una buena pregunta, pero no se debe a la “profundidad” de un ideólogo völkisch. Y como diría Wolin, el posmodernismo está muy lejos de ser de izquierda y no reaccionario, aunque sus seguidores afirmen lo contrario.