He comenzado a leer Menos que nada, el sugerente libro de Slavoj Zizek sobre Hegel, cerca de 1.000 páginas editadas por Akal, en cuyo prefacio escribe: «Debemos ser empujados por un Amo hacia la libertad». También subraya que «necesitamos ser despertados de nuestro sueño dogmático desde fuera». Y el instrumento de la liberación vuelve a ser la dialéctica del autor de la Fenomenología del Espíritu, que ha dominado el pensamiento occidental desde hace dos siglos.
Hegel es y lo ha sido todo, nada queda fuera del alcance de la Razón Absoluta que penetra todos los rincones de la realidad. Lo real es lo racional. Nosotros somos la encarnación de la Razón porque la historia está movida por el Espíritu que se vuelve autoconsciente.
Pero si Hegel acierta en su análisis y todo lo que existe es la consecuencia de un proceso dialéctico, la Razón sólo puede ser un momento del desarrollo de lo real y, por ello, tiene que confrontarse a una antítesis negadora, que no puede ser la irracionalidad ni el absurdo. ¿Cuál es ese otro polo dialéctico que se contrapone a la Razón?
La respuesta es la nada, el no ser, en su más pura desnudez porque todo absoluto lleva en su interior el germen de su negación. Por ello, la misma cultura que ha elevado el nivel de bienestar hasta extremos impensables y cuyo desarrrollo tecnológico ha colonizado el planeta, contiene en sí la semilla de la autodestrucción.
Ahí está el ejemplo de los regímenes totalitarios que rindieron culto a la Razón y que acabaron en la pura barbarie. La Ilustración degeneró en el Holocausto, como escriben Adorno y Benjamin. O, dicho de otra manera, el sueño hegeliano de la Razón produce monstruos.
Resulta muy significativo que Zizek dedique la edición española del libro a Podemos, señalando que representa «la única esperanza en estos tiempos oscuros». ¿Esperanza en qué? ¿En un neodespotismo ilustrado que nos diga cómo vivir? ¿En la libertad impuesta por el Amo que todo lo sabe?
El razonamiento es extensivo a un nacionalismo que eleva la nación a lo absoluto y lo convierte en la culminación de la Razón. El sueño de Iglesias y de Artur Mas convergen en este punto: a la liberación sólo se puede llegar desde la tiranía.
Zizek sostiene que debemos superar a Hegel a través de su propio discurso, pero eso no deja de ser una perversa forma de reafirmar su pretensión de totalidad. Por ello, hay que repudiarle y volver a Kant, el pensador de la incertidumbre, del imperativo categórico y de la libertad del sujeto.
Hegel es un spinoziano que sustituye la Sustancia Única por la Razón, elevada a idola tribu por la modernidad. Un movimiento digno de un ilusionista que engaña al espectador porque la racionalidad es siempre un pretexto del poder -sea cual sea su naturaleza- para perpetuarse por la fuerza de su aplastante lógica interna.
La Razón es un proceso intermitente que produce fulgor y horror. Nuestra cultura se niega a admitir por el clásico principio de la represión freudiana ese carácter negativo de lo racional. Pero existe. Se halla inscrito en el corazón de las cosas y de nuestra existencia, de las organizaciones y de la técnica. Y también está presente en el pensamiento y en el arte.
Lo absoluto es sólo un momento de lo real y en esa medida es un espejismo que ha condicionado nuestra visión de la Historia. Si queremos comprender,tenemos que descubrir las trampas de una Razón que se cree infalible y autosuficiente y que ha empujado a cometer los grandes desvarios -desde Hitler a Pol Pot- de los que hemos sido testigos en el siglo XX y que renacen hoy en nuestra sociedad.
Fuente: http://www.elmundo.es/opinion/2015/10/17/562133b746163faf038b459e.html
18 de octubre de 2015. ESPAÑA