La calidad de una democracia se mide no sólo por su forma de elegir –o reelegir– a los gobernantes, sino también por la manera como los remueve de su puesto. Es que elegir –o reelegir– a un candidato en votaciones libres no basta para calificar de democrático a un sistema político porque puede ocurrir que, una vez posesionado, el gobernante se apodere de todas las instancias del Estado y se haga dictador.
Esto lo dice Karl Popper, uno de los filósofos más importantes del siglo anterior, en su célebre ensayo “La sociedad abierta y sus enemigos”. En aquel libro, Popper propone sustituir la pregunta clásica de las ciencias políticas –¿quién debe gobernar?– por una como esta: ¿cómo cambiar de gobierno pacíficamente?
La primera cuestión -¿quién debe gobernar?- fue planteada por Platón, hace 2500 años. Popper argumentó que esa pregunta es retórica porque no admite sino esta respuesta: debe gobernar el mejor, el más preparado, el más honrado…
Pero bien sabemos que ninguna autoridad es perfecta sino, más bien, proclive al error. Es importante que los votantes entiendan esta realidad y no crean que la democracia es un sistema diseñado para elegir gobernantes modélicos que resolverán todos sus problemas de un plumazo.
Por increíble que parezca, muchos abrigan ese tipo de esperanzas cuando acuden a votar e inevitablemente son defraudados. Acusan a la democracia de haberles traicionado y comienzan a buscar, en los regímenes autoritarios, al mismo líder mesiánico que no encontraron en las urnas.
La pregunta platónica, explica Popper, podría llevarnos a auspiciar dictaduras porque nos induce a pensar que el poder de los gobernantes debe estar exento de límites o escrutinio alguno, precisamente porque ellos son mejores que los demás.
No es coincidencia que Platón haya escogido como gobernantes de su ciudad ideal a los “reyes filósofos”, una suerte de capitanes supremos de la nave social, a la que dirigen sin desmayo gracias a su preclara sabiduría.
Entender a la democracia como un mecanismo de alternancia en el poder es más sensato, asegura Popper. Conceptualizarla de esa forma hará que la ciudadanía la use para evitar que la incompetencia se entronice en el Estado. Además, le permitirá entender que el progreso requiere del esfuerzo común de gobernantes y gobernados; no de un Mesías bajado delcielo.
Ecuador está reforzando los mecanismos de permanencia en el poder y debilitando aquellos que promueven la alternancia. Pero lo cierto es que las transiciones políticas se producen siempre, con la anuencia –o no– de quienes están en el poder. Es mejor, entonces, que esos cambios se hagan sin sobresaltos, es decir democráticamente.
Fuente: http://www.elcomercio.com/opinion/opinion-alternancia-presidencia.html
30 de noviembre de 2014. ECUADOR