Tuvo Miguel Hernández una de esas vidas duras y difíciles, con un final trágico, que cuando leemos sobre ellas no podemos evitar sentirnos aliviados por no haber sido nosotros los protagonistas. Dijo Nietzsche que la valía de un hombre se mide por su capacidad para tolerar la soledad y Miguel Hernández tuvo que enfrentarse durante su corta vida a la soledad del que busca un sueño que a cada paso que da para alcanzarlo se aleja un poco más, un sueño que sólo a él atañe. Sería difícil encontrar otro escritor que haya luchado tanto por lograr hacerse un hueco en la historia de la literatura, en poder vivir de ello y al mismo tiempo en conseguir el aprecio de unos compañeros de profesión que no siempre le miraron con el respeto que su poesía merecía y que el poeta oriolano buscó durante toda su vida.
Leer sus poemas nos hace imaginar cómo debió ser su vida, qué cosas tuvo que ver y las dificultades por las que tuvo que pasar desde que su padre le obligó a abandonar sus estudios en 1925 para trabajar en el negocio familiar. Sus primeros versos, muy influidos por la naturaleza que le rodeaba y por las lecturas de la biblia, pudimos leerlos en la propia letra del poeta gracias a la edición facsímil de su libreta donde fue reuniendo sus primeros poemas y que el diario INFORMACIÓN entregó a sus lectores en el año 2010. A estos versos siguió su primer libro, Perito en Lunas, publicado en 1933 en la colección Sudeste y sufragado por el canónigo Luis Almarcha, libro que dio paso a una evolución en su poesía que le hizo visitar los lugares de Góngora, de Garcilaso y Quevedo para concluir en la poesía social y reivindicativa que le ha hecho mundialmente conocido.
Ha dejado escrito Andrés Trapiello que la principal consecuencia que supuso la Guerra Civil española para los escritores españoles es que los pertenecientes al bando ganador disfrutaron de la gloria del momento pero perdieron la historia de la literatura. Nadie se acuerda de los Sánchez Mazas, los Pemán, los Ridruejo o los Leopoldo Panero con independencia de los libros y escritos que dejaron, en algunos casos injustamente olvidados. Sin embargo, escritores como Miguel Hernández, que sufrieron el ostracismo, la cárcel o directamente la muerte, como también fue el caso de García Lorca, agrandan cada año su figura y su obra con una presencia que ha traspasado el tiempo en el que vivieron para instalarse definitivamente en la conciencia colectiva.
En la evolución poética de Miguel Hernández tuvo una importancia fundamental su realidad. Del mismo modo que para el arquitecto Gaudí, también un gran conocedor de la naturaleza por haberse criado en ella, buena parte de su primera experiencia con la poesía se produjo gracias a su trabajo de cabrero que se fue modificando tras sus viajes a Madrid. El primero de ellos, en 1931, supuso para Miguel vivir en una ciudad que le resultaba enorme y ruidosa, alejado del incienso que impregnaba una Orihuela plagada de iglesias y encontrándose por primera vez con la soledad más absoluta, sin dinero y teniendo que malvivir en pensiones húmedas y frías. El segundo viaje, en 1934, le hizo constatar que también en el mundo de los escritores, al que con tanto esfuerzo consiguió llegar, existían los egos, la envidia y el desengaño. El cambio de vida comenzó a resquebrajar al siempre sonriente poeta que, alejado de sus amigos de su ciudad natal y de Josefina Manresa, acusó el cambio ideológico que le hizo alejarse de Ramón Sijé. Un cambio que con el paso de los años y sobre todo por la tragedia de la guerra transformó su rostro convirtiendo su mirada, antes sonriente y ávida de descubrimientos, en melancólica y enmudecida por la desgracia de la guerra, por vivirla en directo en las trincheras rodeado de personas que morían y que le hacía presentir que a pesar de estar peleando por una causa justa, aunque trabajara interminables jornadas donde le requerían, la guerra se perdía y con ella su esperanza de dedicarse a la poesía y al teatro. Su sueño, encontrar ese lugar que todos deseamos encontrar algúndía donde podamos realizar nuestra felicidad, se le escapaba como la arena de la playa entre los dedos. Una suave sombra se adueñó poco a poco de Miguel Hernández, porque la melancolía es el recuerdo, como dijo Richard Burton, (Anatomía de la melancolía) de los tiempos en que fuimos felices.
A lo largo de los últimos veinte años, en su juventud, uno ha leído a Miguel Hernández en las situaciones más diversas. Minutos antes de entrar a un examen. En la playa, al atardecer, después de haberme pasado todo el día navegando con mi tabla de windsurf. O en algunos de las decenas de hoteles, en España y en el extranjero, en los que me he hospedado a lo largo de mi vida. Libros de bolsillo que metía en cualquier lado y que cada vez que los abría para leer sus poemas me hacían recordar la dura vida que vivió y que le impidió alcanzar el sueño de su vida, pero sobre todo me recordaban que algunos de los ideales que motivaron aquellos poemas continuaban más vivos quenunca porque una de las trampas de la vida era ser capaz, como dijo Nietzsche, de soportar la soledad.
Fuente: http://www.diarioinformacion.com/opinion/2013/12/06/melancolia-miguel-hernandez/1446150.html
7 de diciembre de 2013. España.