Gustave Thibon: las confidencias íntimas de uno de los grandes pensadores católicos del siglo XX. Sorprendentemente para un autor que, nacido en 1903, murió en 2001, Gustave Thibon ocupa la portada de la revista Famille Chrétienne, la más influyente de Francia en el ámbito católico.
La razón es la próxima llegada a las librerías galas de varias de sus obras en nuevas ediciones. Pero lo que da actualidad permanente a este autor es la influencia de su pensamiento más allá de su propia generación, que recuerda el fecundo encuentro de Thibon con la escritora Simone Weil (1909-1943) como una raíz fructífera para la intelectualidad cristiana en el siglo XX.
Thibon ha sido muy publicado y leído en España: Sobre el amor humano (Rialp) es, con diferencia, la de mayor difusión desde los años sesenta, pero ya en este siglo la editorial Belacqva publicó Una mirada ciega hacia la luz o El equilibrio y la armonía.
Como homenaje a Thibon, Famille Chrétienne reproduce la entrevista a fondo que le hizo en 1993, con ocasión de su nonagésimo cumpleaños, y de la cual recogemos algunas respuestas.
-¿Cuál es su ideal de felicidad terrenal?
– Saber acogerlo todo sin retener nada.
-¿Cuál es su santo preferido?
– San Juan de la Cruz. El Doctor de la noche, el más extremista de todos los santos, con quien Nietzsche se habría entendido bien. Soy realista porque defiendo los “medios de apoyo”: sé que un Dios sin Iglesia es el principio de una Iglesia sin Dios. Pero soy extremista por mi atracción por la teología negativa, la mística de la noche, el “Dios sin base ni apoyo”, que era el de San Juan de la Cruz y el mío hoy.
-¿En qué siglo le habría gustado vivir?
– En el siglo XII, el más libre de los siglos, el de la unidad de Europa, cultural y espiritual. También me habría gustado el siglo XVIII, por su finura de espíritu.
– ¿Cuál es su ocupación preferida?
– Caminar por la naturaleza. “Sólo se puede pensar sentado”, escribía Flaubert, a quien contestó Nietzsche: “Las grandes ideas llegan caminando”.
– ¿Cuál es el principal rasgo de su carácter?
– La docilidad. Siempre me he dejado llevar: por los hombres, por las mujeres, por las circunstancias. Prefiero obedecer a mandar, que me conduzcan la vida y sus azares, que son el camino que Dios toma cuando quiere pasar de incógnito.
-¿Cuál es vuestro sueño de felicidad?
– La felicidad no se sueña. Está en todas partes, a condición de acogerlo todo como don de Dios.
– ¿Cuál es su pasaje favorito del Evangelio?
– “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Ese grito me conmueve mucho hoy. Sobre la Cruz, Dios desespera de sí mismo, y, si se me permite decirlo, muere ateo. Creo, con Chesterton, que “nuestra religión es la buena porquees la única en la que Dios ha sido ateo por un momento”. Amo a ese Cristo en agonía, el Varón de Dolores, Dios infinitamente débil, Dios abandonado por Dios. También aprecio mucho el pasaje de la mujer adúltera. Dios es a la vez exigencia infinita e indulgencia infinita. Él nos perdonará lo que nosotros no nos atrevemos a perdonarnos a nosotros mismos. Amo las historias de misericoria. Cuando se envejece, uno se hace más indulgente con los demás.
– ¿Como definiría el infierno?
– Como Simone Weil: “Creerse en el Paraíso por error”.
– ¿Y la muerte?
– Como Gabriel Marcel: el “exilio absoluto”, un salto vertiginoso que no quiero imaginar. No hay que robarle su virginidad, quitarle el encanto a ese retorno a la patria. Porque nuestra vida es un exilio. Quedaremos estupefactos cuando veamos las líneas curvas con las que Dios ha escrito, hasta qué punto el bien y el mal se entrelazan. Creo en la solidaridad del bien y del mal, de la paja y el grano. A veces hay virtudes que nos pierden y pecados que nos salvan, por por sí mismos, sino por resurgimiento. Hay momentos en los que hay que arrepentirse de las virtudes tanto como de los pecados.
-¿Vuestra oración preferida?
– La Salve: María, donde la misericordia desarma a la justicia.
– ¿Su verso favorito?
– “Ella miraba hacia arriba, y yo a ella”: Dante, viendo el reflejo de Dios en la mirada de Beatriz, ya salvada.
– ¿Qué detesta por encima de todo?
– La envidia, ese vicio que nadie confiesa. Todo el mundo es envidioso, más o menos, pero nadie lo confiesa porque sería reconocerse inferior. Preferimos confesar los pecados por exceso: la gula, la lujuria…
– ¿Cuál es el gran mal de nuestra época?
– Exigir para nuestro tiempo las promesas de la eternidad. Simone Weil -el gran encuentro de mi vida- lo decía: “Dios y el hombre son como dos amantes que se equivocan sobre el lugar de la cita; el hombre espera a Dios en el tiempo, y Dios espera al hombre en la eternidad”.
– ¿La virtud más necesaria hoy?
– La reacción contra el conformismo que se oculta bajo la máscara de la libertad. Asistimos a una curiosa inversión del respeto humano. Esta época que provoca las guerras más sangrientas en nombre de la libertad constituye un escándalo único en la historia. Dado el grado de moralidad teórica del siglo XX, tales horrores no deberían ser posibles. Nuestro tiempo es, más que ningún otro, el tiempo del fariseísmo y de la hipocresía: es el reino de las verdades cristianas que se han vuelto locas que decía Chesterton.
– ¿Cómo se definiría usted?
– Un anarquista conservador. Conservador en relación a la tradición, anarquista en relación a las modas e ídolos del siglo. La marginalidad me ha permitido escapar a la glorisa y a las condecoraciones.
– ¿Qué hecho militar admira más?
– La batalla de Lepanto.
– ¿Qué es lo que más le sorprende?
– La debilidad de Dios: ver hasta qué punto Dios está desarmado. Ha hecho depender lo más alto de lo más bajo. Lo superior depende de lo inferior, pero al revés no es así. Dios necesita al hombre, pero el hombre pasa totalmente de Dios, se ha hecho esclavo de las causas segundas.
– ¿Su palabra de amor preferida?
– “Ti voglio bene”, “Te quiero” en italiano, porque significa “Te deseo el bien”. Amar a otro es decirle: “Tú no morirás”. En cuanto al amor, me gusta la desmesura, ese “lo he escogido todo” de Santa Teresita del Niño Jesús. O esa frase de un campesino, vecino mío, sobre su mujer amada: “Cuando la miro, ya no la veo”. El amor humano es la sed del infinito aplicada a lo finito. Los grandes momentos del amor humano son de llamada, más que de plenitud.
– ¿Su definición del hombre casado?
– Quien, en la resaca, mantiene las promesas de la borrachera. Mi experiencia me ha enseñado que uno no se casa sólo porque ama, sino para amar.
– ¿Cuál será su epitafio?
– “Adieu, à Dieu”: “Adiós, me voy con Dios”.
– ¿Y sus últimas palabras?
– Señor, pongo mi alma en tus manos. También me gustan las últimas palabras de la última carta de mi amiga Marie Noël: “Me duermo en Dios”. Ella había perdido el Dios de su infancia y lo descubrió en una noche sin estrellas. Al final de ese “combate desesperado por salvar a Dios”, constató que “Dios no es un lugar tranquilo”.
Fuente: http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=22543
13 de mayo de 2012