La herida de Spinoza. Felicidad y politica. Vicente Serrano,
Se diría, a la vista de las notables publicaciones dedicadas regularmente a Baruch Spinoza desde que dejó de ser considerado como un “perro muerto” condenado al silencio, que su capacidad de interpelación no ha parado de aumentar. Las interpretaciones -y más cuando se trata de un pensador tan opuesto a toda ortodoxia- nunca son “inocentes”. Obedecen, en mayor o menor medida, a las expectativas y obsesiones de una determinada coyuntura, por efímera que sea. Y así, por ejemplo, Antonio Negri puso en circulación en los 70 del pasado siglo con su La anomalía salvaje un Spinoza ultrarrevolucionario, cuasi-leninista, cuya obra habría defendido, para escándalo de propios y ajenos, “la posibilidad de transformar el mundo” y la “transgresión radical” de todo orden “no libremente constituido por las masas”. Algunos años después, y en un clima muy distinto, Remo Bodei procuró con su Una geometría de las pasiones (FCE, 1995) un espléndido alegato a favor de la centralidad de las pasiones y su función decisiva en el “racionalista” Spinoza. Una auténtica “lógica del deseo”.
Vicente Serrano. Foto: Domènec Umbert
Entrados ya en el segundo milenio, el neurobiólogo americano Antonio Damascio escribió un riguroso y original trabajo titulado En busca de Spinoza. Neurobiología de las emociones y los sentimientos (Crítica, 2005). En esta obra Damascio, muy próximo a las utopías y ensoñaciones del neocientificismo hoy en alza, intentó determinar en clave monista, esto es, a partir de la unidad de mente y cuerpo, cómo se construyen las emociones y los sentimientos sobre bases físico-químicas. Las emociones -la alegría, la pena, el orgullo, la ira, etc.- serían, pues, el resultado de una serie de procesos de naturaleza físico-química mediante los que el organismo buscaría su equilibrio frente al medio y los sentimientos, representaciones mentales de las propias emociones.
Hay, con todo, una parte de la interpretación de Damascio, relativa a la “herida” de Spinoza -rótulo metafórico con el que este autor designa en su libro un envite doctrinal de hondo calado-, que es impugnada o reformulada, si se prefiere, por Serrano en su largo dialogo con el ilustre neurobiólogo. En el colofón de su libro, Damascio no dudó, en efecto, en calificar a Spinoza, con la mirada puesta en aquella herida, de “exasperante”. ¿Por qué? Pues sencillamente “por la tranquila certeza con la que se enfrenta a un conflicto que la mayoría de la humanidad todavía no ha resuelto: el conflicto entre la opinión de que el sufrimiento y la muerte son fenómenos biológicos naturales que hemos de aceptar con ecuanimidad… y la inclinación no menos natural de la mente humana a chocar con dicha sabiduría y a sentirse descontento con ella. Queda una herida y me gustaría que no fuese así”. Se diría que Damascio sustituye la serena lucidez estoica ante lo que es, ante la naturaleza y el destino del hombre y de la vida y la consiguiente conciencia del límite, tan característica de Spinoza, por una concepción de lo humano alimentada con recursos procurados por algo así como la rama antropológica de la literatura de ciencia ficción. Pero no es en realidad el estoicismo lo que, según Serrano -partidario por su parte de la tesis estoica de que la felicidad radica en el reconocimiento de la propia limitación-, irritaría a Damascio, sino una consecuencia de la propia ontología spinoziana, por mucho que la noción de potencia juegue en ella un papel central. A ojos de Damascio, Spinoza habría filosofado, en efecto, contra “el rasgo dominante de nuestras sociedades”, del que estaría impregnada la mayor parte de sus productos y de las que en definitiva oficiaría de motor: la voluntad de poder. Y al hacerlo habría tratado inútilmente de resolver, para exasperación de Damascio, un problema “aparentemente irresoluble en el mundo moderno”, defendiendo la posibilidad de “pensar la quietud en un universo en aceleración constante” y también la de recuperar la naturaleza una vez que se toma conciencia de que se ha producido una ruptura con ella. (Serrano dedica, por cierto, un capítulo de su libro a Frankenstein).
A partir de aquí Vicente Serrano desarrolla una vigorosa, aunque un tanto acelerada, ontología del presente. Desde el necesario gobierno de los afectos y el control de la imaginación en un marco global biopolítico a la centralidad presuntamente unificante de la voluntad de poder, que vendría a subyacer a todos los regímenes y todas las ideologías, y de lo inmaterial como fuerza determinante de lo material a la hiperrrealidad y el simulacro, todos los rasgos de nuestro mundo “posmoderno” son revisados con originalidad y fuerza teórica por un autor que muestra ser capaz, sin desfallecimientos, de filosofar innovadoramente desde los clásicos y en diálogo con ellos.
La herida de Spinoza. Felicidad y política
Vicente Serrano
Premio Anagrama de Ensayo.
217 pp.,
17 e.
Ebook: 12’99 e
Fuente: http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/29832/La_herida_de_Spinoza_Felicidad_y_politica
SPAIN. 30 de septiembre de 2011