El magister en Filosofía Contemporánea, Hernán Ulm, sostiene que “el arte es una forma de pensamiento tan importante como la filosofía”. Por eso se codea a diario con artistas, para “buscar las interferencias, los lugares en que arte y filosofía se pueden encontrar”. De este intercambio surgió un libro que se presentó el sábado en la galería Fedro.
“Para la publicación del libro revisamos algunas cosas, tratando de preservar el carácter oral de las clases”, sostuvo Ulm en diálogo con El Tribuno.
En Fedro se propicia la reflexión acerca del arte. ¿Dirías que aun en contextos de reuniones casuales es posible filosofar sobre arte?
Yo no diría que se propicia la reflexión sobre el arte. Siempre parece que se hace un gran favor al arte cuando se dice que se reflexiona sobre él. En Fedro, en una perspectiva abierta por Gilles Deleuze, hacemos del arte una forma de pensamiento tan importante como la filosofía. Es decir, no es cierto que los filósofos piensen a partir de lo que los artistas hacen. Hay tanto pensamiento en una obra de Roly Arias o en una foto de Sebastián Rosso como en un texto de Kant. El asunto es que la filosofía piensa por conceptos. El arte piensa formas de quebrar el orden obvio de las percepciones estereotipadas transgrediendo el orden de lo que constituye el “buen orden” de nuestras sensaciones. Se trata de buscar las interferencias, los lugares en que filosofía y arte se pueden encontrar para producir nuevos conceptos de un lado, nuevos afectos del otro. De la misma manera, el arte no ilustra los conceptos. El pensamiento encuentra muchas dificultades para encontrar espacios creativos en las academias. No digo que no se pueda hacer, pero digo que es más difícil. Espacios como los que en Salta propician las galerías de arte son más proclives a promover formas de pensamiento.
Históricamente, ha habido un desplazamiento en el arte de la imitación a la alteración de los modelos… ¿En qué punto y por qué se da esta especie de “profanación”?
Bueno, la palabra “profanación” es interesante. Giorgio Agamben muestra que, en realidad, profanar es mostrar que lo sagradoes el resultado de una actividad humana. En ese sentido, profanar es devolver el carácter humano a lo sagrado. Es claro que a partir de la segunda mitad del siglo XIX el arte se vuelve sobre sí mismo desentendiéndose de lo que era su aspecto “referencial” (esto es, el resultado de procesos sociales que exceden al arte). En la actualidad una buena parte del arte vinculado a la tecnología intenta experimentar a partir de esos modelos tecnológicos y digitales para tratar de extraer algo que las propias tecnologías no admiten como parte de su proceso.
Hoy en día, el espectador desprevenido se sorprende de encontrar en museos, galerías y demás espacios institucionalizados obras que parecen objetos comunes, despojados de esas “cualidades” que se solían adjudicar a una “obra”. ¿Cómo se produjo ese desplazamiento?
Bueno, pero eso forma parte de toda experiencia artística. El espectador de fines del siglo XIX se sentía desprevenido ante las experimentaciones impresionistas. Los límites que definen el arte en el ámbito institucional tienen que ver sobre todo con redes de formación y circulación de mecanismos de poder. Una gran parte de la crítica de arte tiende a decir que no es posible definir lo que es arte hoy y, de esa manera, cualquier cosa puede ser arte. Algunos hacen recaer la definición en un abismo pragmático: es arte lo que entre en el circuito institucional. Otros se arrojan con más comodidad al abismo del espectador: es arte lo que cada uno de nosotros, como espectadores, consideramos como tal. Estas verdaderas in-definiciones del arte tuvieron y tiene sus efectos perversos: finalmente es el curador el que toma una decisión, y esa decisión se justifica teóricamente independientemente del valor o no de la obra. Así se redujo el ámbito de la creación a las buenas o malas relaciones que podamos mantener con un director o un curador.
Fuente: http://www.eltribuno.info/salta/64022-El-arte-es-un-pensamiento-tan–importante-como-la-filosofia.note.aspx
ARGENTINA. 22 de agosto de 2011