Doctor en Filología y Lingüística, Catedrático de Instituto y de Universidad (UNED), escritor y crítico literario
Necesaria, adecuada, oportuna esta Teoría del Humanismo que el profesor de la Universidad de Alicante Pedro Aullón de Haro nos ofrece, como editor literario y con orientación comparatista, en siete volúmenes publicados por la Editorial Verbum de Madrid. Necesaria porque la realidad hombre está amenazada por el efecto de sus propias obras y orientación; adecuada porque responde a una expectativa latente del momento actual; oportuna, en consecuencia, porque aparece en una encrucijada de crisis seria para su propio entendimiento. Y el concepto mismo de crisis ya afecta a la comprensión del hombre, pues implica capacidad de enjuiciamiento, análisis y propuesta.
Colaboran en este estudio ciento cuarenta y tres autores de diversas nacionalidades, de Occidente y Oriente, latitudes que centran uno de los objetivos básicos de la investigación: aunar lo que en principio fue una tendencia propia del humanismo o deseo de comprender el origen, su fuente, la salida del Sol, divinizado en todas las culturas conocidas, el Oriente. El editor responde así al contenido del horizonte que la humanidad se traza hoy con el concepto cultural de globalización, que él entiende, desde una raíz historiográfica, como intento epistemológico de representarse el “todo” posible desde una “forma viva”, no lógica, la “vida del espíritu” alzado a un vuelo que supere el materialismo actual, especialmente tecnocientífico, y cualquier formalismo de orientación divina. La viveza de la formanos introduce en la escuela hermenéutica del idealismo alemán con Schiller y Dilthey, pero que podemos retrotraer a Platón y san Agustín.
Esta mirada al otro u orientación comprensiva del elemento vivo, el Sol, resume el sentido moderno del humanismo, pues la palabra “orientación” contiene ese giro hacia Oriente, que pervive en el fondo de la búsqueda racional de sentido. Efectivamente, el Logos occidental lleva dentro una semilla ya orientada, la búsqueda de un resplandor naciente. Y de ahí proceden las órbitas y caminos innúmeros de la civilización humana intentando comprender la caída u ocaso, ocultación del Sol en Finisterre, allí donde la tierra termina. Luz y oscuridad, naciente y poniente, todo visible y nada absoluta. Los extremos máximos de la intelección humana.
Cree el editor de esta obra voluminosa que el encuentro y entendimiento vinculados de Asia y Europa, Tao e Idea concretados en Tierra, ofrecerán una “enmienda a la totalidad y apertura de un más allá” sin retorno alguno fuera de lo que suponga un retroceso de consecuencias funestas. Esta proposición resulta aún más adecuada y oportuna ante la realidad que vivimos actualmente con la catástrofe apocalíptica de Japón y la inquietud de Oriente Medio con la tensión árabe de gran parte de los países musulmanes. Y a esta actualidad reconducimos la de esta obra digna de todo elogio.
Libertad, autonomía y razón suficiente de lo conocido son los atributos básicos de la concepción humanista. En tal sentido, el hombre goza de ellos como nunca antes de ahora. Experimenta con los sentidos; objetiva con la percepción refleja; abstrae formas; las aplica a nuevas experiencias; las sanciona como leyes del universo, conocimiento, conducta y respuesta consciente. Nacen y perduran así la ciencia, la reflexión filosófica, la justicia, la ética. Distintas versiones de un mismo proceso universal: reducir todo lo percibido a la unidad que requiere la forma de conocimiento humano, mientras no descubramos otra. Y esto es el Universo: verter lo conocido y el conocimiento a unidad, lo Uno.
Y sin embargo, el desarrollo de este proceso se desvirtúa y fragmenta cada día con más variantes, diferencias. Lo Uno revierte diferenciándose, como el átomo, la creación misma. El hombre oscila entre el origen y el ocaso, la luz y la sombra, la unidad y su diferencia, lo uno y múltiple, que, llevados al límite, se traducen, como fronteras del conocimiento, en todo y nada.
La tentación de los extremos es tan antigua como el hombre mismo. Y en ella persistimos con el nihilismo o razón justificada de la negación absoluta de cualquier valor original o final del hombre más allá de su existencia inmediata (nihilismo dialéctico -Sartre-, existencial -Heidegger-, y reduciendo mucho) y con el positivismo lógico y matemático: Bertrand Russel, Hawking hoy día con el matema universal de la forma algorítmica o totalización del universo. La tentación sigue siendo integral. Integra en una forma todo lo conocido. Uno y todo, de nuevo.
Venimos así, con intermedios varios, al salto cuantitativo de la materia en ciencia y reflexión materialista de la sociedad -marxismo-, la mutación de las especies -Darwin-, la cifra o salto, Gran Salto, tan sintáctico -Nietzsche, Chomsky- como filosófico -Jaspers- y poético: el dios, con minúscula, deseado y deseante de Juan Ramón Jiménez, anunciado por Hölderlin y glosado por el segundo o tercer Heidegger recordándonos el paso del ángel -Ereignis-, es decir, la huella del viento respirado, el rastro que deja tras de sí todo conocimiento evanescente. En lo huido se anuncia un ángel. La ausencia del ángel confirma su presencia, dice y canta Dante Alighieri.
La respiración nos mantiene atentos a su posible cesación, la muerte. Y esto ya se da en el lenguaje al pronunciar cualquier palabra, observa Hegel. La muerte va inscrita en el efluvio respirado de la voz. Solo se vive, vivimos del otro halo que el paso de la forma ahí engendrada -cognoscitiva, matemática, verbal-, rehecha de continuo, nos insinúa continuamente con lo en ella intuido, dándonos noticia de algo que se forma incesante -Amor Ruibal-, célula viva del ansia humana y del lenguaje universal.
Lo dijo el poeta cinco siglos antes de Heidegger: “Oyó los versos de filosofía/ e los fuertes pasos de naturaleza:/ obtuvo el intento de la su pureza/ e profundamente vio la poesía”. Se llamaba Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana. El Renacimiento y Barroco español adelanta en prosa o poesía cuanto prácticamente tuvo luego sustancia y notoriedad en el pensamiento occidental. Citemos solo la procesualidad histórica del yo -Mío Cid-, su polifonía -Arcipreste de Hita-; la relación del pensamiento con el lenguaje creador, que llega, como vemos, hasta Heidegger; el desfondamiento del yo y elevación rítmica suya en la forma poética, ya claramente moderna, contemporánea -Jorge Manrique-; la atribución interna de la forma conceptiva -en Jorge Manrique melódicamente, de nuevo, siguiendo una tradición especulativa que remonta a san Agustín, Santo Tomás de Aquino, Scoto, Ockham, y alcanza a Suárez, también precedente de Heidegger y esto confesado por el mismo filósofo alemán-; duda agónica -Sem Tob…, Unamuno-, cartesiana -Celestina, Gracián-; percepción fenomenológica, perspectivística de la realidad: aún Gracián, Cervantes… y Ortega y Gasset; viveza expresiva del habla y razón suya comparativa -Luis Vives-, icónica, simbólica y, hasta diríamos, semiótica: Calderón de la Barca; fundamento además psicológico del lenguaje -Huarte de san Juan, citado con elogios por Chomsky-, antropológico y relacional del conocimiento y del lenguaje mismo: Hervás y Panduro… y, sin que se sepa aún hoy, Amor Ruibal, precedente incluso de la formalización lingüística realizada a partir de Ferdinand de Saussure, y a espaldas de cualquier academia reconocida. Añadamos los cimientos del derecho internacional, de gentes: Vitoria, Suárez, Las Casas, dramaturgia de Lope, Calderón, Mira de Amescua, Tirso de Molina, etcétera.
España fue algo representativo en la historia del Humanismo desde la Edad Media, Renacimiento, Barroco -Aullón de Haro le dedicó otro volumen precedente y soberano a esta época imprescindible de nuestra historia-, final del siglo XIX y primer tercio del XX. Fuimos algo y nos hemos convertido en su memoria histórica, con implicación mutua de palabras, encerrados en ellas.
Globalización, totalización, universalismo. La forma viviente llega hasta Ortega y Gasset con la propuesta de una razón vital que encuentre las raíces o elementos vivos de la deshumanización operada a principios del siglo XX con la fusión del átomo y la amenaza mortuoria que aniquila todo sentido humano. ¿Por qué, si la voz ya lleva dentro, dice Hegel, evanescencia de muerte, y lo recuerda hoy día Giorgio Agamben? No es lo mismo que muera la especie humana y la muerte natural del hombre. No significa igual aniquilar la naturaleza, o simplemente amenazarla con esta tensión, y morir intentando darle sentido a este acto último de vida, como hizo Jorge Manrique atravesando el arco que separa la Edad Media del Renacimiento, y como dijimos, la Modernidad, al instituir una relación poética de atribución interna entre los cuatro campos o vértices existenciales del hombre, los que señala Heidegger en la segunda mitad del siglo XX: tierra, cielo, dios y hombre.
¿Y qué otra cosa es el canto sublime de Dante, cita obligada de los siete volúmenes de la Teoría del Humanismo propuesta por Pedro Aullón de Haro? El paso del ángel, puro “Ereignis”, acontecimiento emergente de materia, aire, conocimiento y halo vivamente divino de la existencia: “Io sono amore angelico, che giro/ l’alta letizia che spira del ventre,/ che fu albergo del nostro desiro” (Paradiso, XXIII, 103).
¡Qué forma más emotiva, bella, de erotización, saludo existencial del deseo humano engendrado en aura… divina! Llamemos como queramos a esta luz ansiada de resplandor vuelto esperanza humana. Al albergue del vientre germinando Vita Nuova. Será siempre salvaguarda del ser al diferenciarse, “custodia que guarda en reserva”, el acontecimiento por excelencia. La vida del feto -Dante-, su custodia -Heidegger-, frente a la excrecencia del aborto: Sartre.
“Dejar libre custodiándola a la diferencia del ser”, leemos en un nuevo intento de instauración diferente del hombre en el mundo, realizado por Heidegger (Gedichte) en plena expansión técnica del conocimiento. Y el albergue de esta custodia es el “pensamiento poético”, el latido interno del conocimiento, su responsabilidad rítmica, de naturaleza correlacionada, donde asoma la aurora nueva del hombre. He aquí que nuevas hago todas las cosas, leemos en el Apocalipsis de san Juan.
Y a esto pertenece el destino renovador, trágico, del hombre con sus miserias e intentos de luz robada a los astros o a la oscura energía del universo. El ronquido abisal del maremoto o el resquebrajamiento instantáneo de la tierra, la menstruación de volcanes marinos o terráqueos, una sola tierra al fin y al cabo, son aún ritmo de esa respiración cósmica que el hombre intuye pero no alcanza a comprender del todo. El misterio, su enigma, sigue vivo. Su llamada inquieta con formas varias que convergen en un único deseo: conocer conociéndose. Y en tal consideración, la ciencia no representa peligro alguno si el hombre la integra en su libertad creadora, siempre responsable. Ciencia, la que sea, siempre es ecuación de conocimiento y método. Y este aún sigue siendo, por más vueltas que experimente, senda, camino de interpretación, hermenéutica y razón de presencia viva de la naturaleza en el hombre. Su forma de integración, la que tenga, nunca será extraña a la que el hombre ansíe y conozca. La razón es el deseo de infinito que la naturaleza misma muestra al conocerla. Por eso la singularidad humana desborda cualquier intento de totalizarla, pues rompe, por mucho que sufra, el molde que la cuantifica. Y esto lo dice Lévinas al oponer el deseo de Infinito, que se traduce en Bien más allá del Ser objetivante y objetivo, a la Totalidad, sea filosófica, matemática, social, política, religiosa. El todo solo explica los elementos comprendidos en su horizonte. El infinito salta las bardas del pensamiento lógico, diviniza la Nada -Antonio Machado- y descubre una tensión invisible, abocada aún a que haya más Vita Nuova. Luz del deseo albergado en el vientre del universo.
Lévinas nos recuerda también la semilla oriental que el Logos de Occidente lleva dentro de sí como llamada del Bien o prioridad de la ética sobre la ciencia formalmente objetiva. Advierte además que ese Logos contiene un principio de lucha -Heráclito-, agonía -Kierkegaard, Unamuno, Bacon pintor-, explosión interna, y que no puede vivir sin estallidos, sin guerra, pues vive de renovar esa pugna incrustada en su centro. Es la advertencia del Gran Salto de la energía atómica y de la cibernética cuántica. Frente a ello, y dentro del Humanismo, resumamos, el pensamiento poético.
Fuente: http://www.elimparcial.es/sociedad/actualidad-del-humanismo–81206.html
SPAIN. 25 de marzo de 2011