El Banco Santander describe en un libro cómo evolucionaron los centros del saber desde las antiguas civilizaciones hasta la actualidad, con acontecimientos, lugares, instituciones y personas
Casi medio centenar de reconocidos investigadores, especialistas y académicos de todo el mundo han contribuido en la elaboración de La Universidad. Una Historia ilustrada, un libro editado por el Banco Santander que realiza “un apasionante viaje de la institución universitaria a lo largo de la historia, con atención especial a la universidad europea y americana”, tal y como se destaca en su introducción.
Una imagen de la Biblioteca de Alejandría (siglo III a. C.) abre este volumen de más de 400 páginas que inicia su recorrido con el Mundo Antiguo y concluye con los retos e incertidumbres de la universidad en el siglo XXI.
César Chaparro, de la Universidad de Extremadura, comienza la leyenda recordando a los escribas sacerdotales, que controlaban y registraban en Mesopotamia y Egipto las disciplinas científicas; y cómo la ciencia griega, sobre todo con la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles, presentó un atributo diferencial importante.
“El filósofo [Platón] pudo presentarla como una comunidad de culto consagrada a las musas y a Apolo, con el objetivo de buscar la verdad y formar hombres nuevos capaces de renovar el Estado”, detalla Chaparro sobre la escuela de Platón (388 a. C.).
En cambio, la Universidad en la China imperial era una especie de agencia estatal de reclutamiento de futuros funcionarios de la burocracia gubernamental. Durante la Dinastía Han (124 a. C.) la materia que se enseñaba era sobre las principales tradiciones clásicas y los eruditos que las impartían no eran profesores, sino funcionarios que destacaban por sus logros escolásticos. “Se les exigía haber cumplido 50 años y alcanzaban sus puestos por recomendación o por citación directa del emperador”, escribe Janousch, de la Autónoma de Madrid. En el momento fundacional se estableció una cuota oficial de 50 estudiantes, pero en el siglo II ya había más de 300.000. Los requisitos para ser admitido en la Universidad Imperial eran: “tener más de 18 años, buenos modales y una conducta correcta”.
El legado científico y cultural de Roma es muy extenso, aunque lo más determinante de su cultura fue la pervivencia durante siglos del latín, su vehículo de transmisión. “Era la lengua del derecho, las cancillerías, la filosofía y la ciencia y, sobre todo, de la Iglesia. Hasta el siglo X fue el único vehículo para la vida intelectual y la comunicación escrita”.
Con la expansión del islam (s. VII) se produjo un largo proceso de apropiación de los saberes de las grandes civilizaciones de la Antigüedad (griega, india y persa). Sus textos fueron traducidos al árabe gracias al patrocinio de las nuevas clases sociales acomodadas. “El poder necesitaba astrólogos que predijeran el futuro, médicos que cuidaran de las clases altas y funcionarios con conocimientos literarios y científicos para la administración”. En el siglo IX la ciencia árabe ya había madurado y comenzaron los primeros hallazgos en aritmética, álgebra… La ciencia árabe llegó a Europa y se introdujoen las universidades medievales (a través de las traducciones hispánicas de los siglos XII y XIII) y en el mundo del Renacimiento y la revolución científica, repercutiendo directamente en la ciencia europea.
El profesor de la Universidad de Granada Antonio Malpica aborda en un pasaje del libro el nacimiento de la madraza en el siglo XI, atribuida a Nizam al Mulk. Aunque en su acepción moderna se refiere a un establecimiento donde enseñan las ciencias islámicas, en la Edad Media representaban “colegios de derecho, en el que las otras ciencias islámicas, incluidas las disciplinas literarias y filosóficas, eran auxiliares”. Con su advenimiento la educación se centralizó en las mezquitas. “Se multiplicaron rápidamente: en 1067 se levantó la primera y en 1184 ya había 30 en Bagdad”, informa Malpica. Al Andalus dejó una madraza sufí de fundación privada en Málaga y otra en Granada (1340), obra de Yoesuf I y de su primer ministro Ricwan, propiedad de la Universidad.
Las universidades europeas no aparecieron hasta el siglo XII, siguiendo tres modelos diferentes tal y como describe Mariano Peset, de la Universidad de Valencia. Una en torno a la escuela catedralicia de Nôtre Dame de París, con muchos estudiantes. Y al frente había un escolástico nombrado por el obispo que ejercía su autoridad sobre maestros y estudiantes. En 1245 aparece la universidad bien descrita y consolidada, con su rector y sus procuradores, maestros y bachilleres venidos de diversos lugares que se agrupaban según la nación o región de donde procedían.
Otra en Bolonia, donde se congregaban a los escolares mientras los doctores se agrupaban en colegios externos a la universidad.
Un tercer modelo se implantó en las universidades inglesas. “Se ha dicho que una temprana emigración de maestros parisinos originó Oxford… y unos años después, la ejecución por orden del rey de algunos escolares, provocó otro éxodo a Cambridge”. Al frente de Oxford no estaba un rector, sino un canciller designado por el obispo de Lincoln, con jurisdicción eclesiástica y civil concedida por el rey. En la Edad Media, las universidades estaban estrechamente vinculadas a la Iglesia y hasta los papas tenían potestad para influir en la jerarquía académica y en su funcionamiento.
En España hubo numerosos colegios mayores y menores. Prelados y altos clérigos dedicaron su formación a crearlos con destino a estudiantes pobres. El primer colegio mayor, San Bartolomé, se erigió en 1401 por Diego de Anaya, obispo de Salamanca. Sin embargo, el más notable de los colegios españoles fue el de San Ildefonso, sede y alma de la Universidad de Alcalá de Henares, erigido por Ximénez de Cisneros.
El Humanismo y la Reforma dan paso al aislamiento y decadencia en Europa. Como desglosa José Luis E. Rodríguez, de la Universidad de Salamanca, “el espacio europeo se compartimentó entre las diversas confesiones y muchas universidades excluyeron de la matrícula a quienes no comulgaban con su credo”. Rota la unidad secular cristiana, los pontífices dejaron de intervenir en las universidades, un testigo que recogen los monarcas.
La universidad contemporánea se analiza en profundidad en esta edición. Josep M. Bricall, de la Universidad de Barcelona, recuerda a Classen para destacar el nuevo esquema social que se incorporaba a las instituciones superiores a partir de la revolución industrial. “La irrupción de nuevas líneas de actividades productivas demandó un número cada vez mayor de trabajadores cualificados cuya formación se encauzó a través de los estudios secundarios. Posteriormente, las necesidades técnicas y de investigación que requería la actividad económica alcanzaron también a los estudios superiores. Así, la universidad fue incorporando nuevos estudios de naturaleza técnica que desbordaron el ámbito de los estudios tradicionales, cuyo carácter profesional se había concebido en principio para la formación de médicos, abogados y clérigos”.
España ha tenido una gestión histórica diferente de la educación superior en comparación con los estándares europeos, lo que ha dado lugar a una evolución incompleta desde la educación secundaria preuniversitaria a la postsecundaria. Según datos de la OCDE de 2007, el porcentaje medio de población de entre 25 y 64 años que había alcanzado el nivel más alto en su formación era del 44% y del 27%, mientras que en España es del 22% y del 29% respectivamente. En esto han contribuido los desarrollos legislativos de las últimas décadas (incluido la adaptación al Espacio Europeo de Enseñanza Superior, que han mantenido una organización de los estudios universitarios y no universitarios en una misma esfera.
Fuente: http://www.granadahoy.com/article/granada/868036/la/universidad/la/historia.html
SPAIN. 27 de diciembre de 2010