Se publica un ensayo biográfico sobre María Zambrano (1904-1991) con textos inéditos de la filósofa y una emotiva aproximación a su figura a cargo de uno de los entonces jóvenes amigos que la acompañaron en los últimos años de vida y en su lecho de muerte, Rogelio Blanco. El actual director general del Libro, doctor en Pedagogía de formación filosófica, conoció a María Zambrano en los inicios de la década de los ochenta, cuando ‘la dama peregrina’ -que así ha titulado el libro que le dedica- volvió a España de sus largos exilios, entre otros, el académico.
En 1984 la recibió el que era su homónimo en el cargo, Jaime Salinas, y a la pregunta de una periodista de qué sentía al regresar tras casi 45 años de exilio (1939-1984), Zambrano respondió «¿Regresar? Si yo nunca me he ido». La última exiliada de la Guerra Civil, que aún se proclamaba republicana, nunca había dejado de tener a su país en el corazón y el pensamiento. La existencia errante por Suramérica y Europa le enseñó que «vivir es resistir». De destierro en destierro, trasegó con el equipaje de su vida entre La Habana, Puerto Rico, Nueva York, Roma, París y Ginebra. La suma de patrias fue su exilio y quizá el exilio su única patria.
Ya en Madrid, donde aún habitaba un exilio interior, la filósofa manifestó: «Amo mi exilio». Se refería a su soledad creadora: «Se escribe para defender la soledad en que se habita». Una soledad acompañada, porque siempre tuvo muchos amigos; en París, René Char, Albert Camus y Cioran; en Roma, Alberti, Jorge Guillén y Jaime Gil de Biedma; en La Habana, Lezama Lima. Son sólo algunos de los nombres más conocidos, muchos de ellos poetas.
«He tenido el proyecto de buscar los lugares decisivos del pensamiento filosófico, encontrando que la mayor parte de ellos eran revelaciones poéticas. Y al encontrar y consumirme en los lugares decisivos de la poesía me encontraba con la filosofía». Pocas y precisas palabras para expresar el vuelo de un pensamiento que recoge la esencia de las relaciones entre poesía y filosofía a las que dedicó un libro nuclear escrito en el exilio, ‘Filosofía y Poesía’, en el que concibe al poeta y al filósofo como las dos mitades del ser humano.
Desde entonces los editores discuten si María Zambrano es escritora filosófica o literaria, duda motivada por su prosa brillante cargada de metáforas, belleza y originalidad.
La máxima de la escritora: «Decir la palabra exacta con la voz justa», tal vez explique el proceso de sus manuscritos largamente reelaborados, corregidos, recopilados y disgregados. La luminosa sabiduría que poseen es, sin embargo, una y se debe a los mismos vectores coherentes de un pensamiento propio con el que aborda a Nietzsche, Spinoza, Heiddeger, Platón o Unamuno; pero también a personajes de la mitología como Antígona. O analiza el mundo pictórico con deliciosa singularidad.
Génesis de la obra
En el libro publicado ahora por la editorial Berenice se rastrea la génesis de sus obras (‘El hombre y lo divino’, ‘Persona y Democracia’, ‘Delirio y destino’, ‘Claros del bosque’) en el contexto de su biografía intelectual. Y se recogen sus principales reflexiones sobre la utopía y la esperanza y su pensamiento político. Los amplios fragmentos citados y el anexo con cinco inéditos embrionarios de otros textos definitivos, son una excelente oportunidad de aproximarnos a la filósofa.
María Zambrano cruzó biográficamente el siglo XX. Nació en 1904 en Velez-Málaga de dos maestros progresistas, Blas y Araceli, y murió en Madrid en 1991. Desde su primera infancia respiró un ambiente cultivado. Sus padres se trasladaron a Segovia cuando la escritora tenía cinco años y allí don Blas Zambrano, gran amigo de Antonio Machado, fundó un periódico y formó parte de los círculos intelectuales de la ciudad. Su hija inició el bachillerato con once años en el Instituto (ella y dos señoritas más eran las únicas alumnas). Estudió Filosofía en Madrid entre 1924 y 1930. Y fue discípula de Ortega y Gasset y de Zubiri. Dio clases en la Universidad y en la Institución Libre de Enseñanza. Publicó su primer artículo en 1918 en una revista de antiguos alumnos del Instituto San Isidro de Madrid. Es una reflexión sobre la Primera Guerra Mundial que asolaba Europa. Curiosamente, el último que dictó también estaba motivado por otra guerra, la del Golfo. Ambos versaban sobre la paz, siempre le preocupó que el siglo que le había tocado vivir fuera tan violento.
La rebeldía de Zambrano con la tradición, con sus maestros y con su condición de mujer se manifestó pronto: «Nací para ser hija, discípula, para obedecer y ya ves», le escribe en una carta a su amiga Rosa Chacel. Se sustrae de los discursos misóginos de sus compañeros de generación (Ortega y Gasset, Marañón), defensores de la inferioridad intelectual de la mujer. La publicación del artículo ‘Hacia un saber sobre el alma’ en la ‘Revista de Occidente’ en 1933, tuvo la osadía de cuestionar el discurso masculino y le valió una reprimenda de Ortega que hizo alejarse a discípula y maestro. Según Pedro Cerezo, comisario del centenario de María Zambrano celebrado en 2004, la filósofa forma parte del grupo de mujeres -Simone Weil, Hanna Arendt y Simone de Beauvoir- que contribuyen a transformar el pensamiento europeo.
Fue la primera mujer en obtener el Premio Cervantes en 1988 (y casi la única. Después de ella, sólo se le ha concedido a Dulce María Loynaz en 1992). Con este galardón culminó un proceso de reconocimientos que se inició en 1980 cuando cambió su residencia de La Piece (Francia) a Suiza y Fernando Savater publicó un artículo titulado ‘Los Guernicas que no vuelven’ donde relataba las estrecheces con las que vivía la escritora con una modesta pensión. En 1981 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y tres años después regresó del exilio; en 1987 se creó la Fundación María Zambrano y se estableció un convenio por el que la escritora percibía una cantidad mensual a cambio de ceder su legado.
Forma de libertad
Una cronología y una recopilación bibliográfica completan este ensayo, cuyo autor -promotor de muchas de las ediciones de su obra- cuenta que, cuando, en 2004, la Fundación María Zambrano y el Ateneo de Madrid le pidieron que eligiera una frase para fijarla en una placa en la casa donde la escritora vivió sus últimos años, no dudó. Pertenece a ‘Persona y Democracia’: «Solamente se es de verdad libre cuando no se pesa sobre nadie; cuando no se humilla a nadie. En cada hombre están todos los hombres».
María Zambrano murió hospitalizada en Madrid, rodeada de algunos amigos (entre ellos Jesús Moreno Sanz, Fernando Muñoz y el autor de este ensayo). Al día siguiente se trasladaron sus restos a Velez-Málaga, donde yace entre un naranjo y un limonero bajo un verso del ‘Cantar de los cantares’ que eligió: «Surge amica mea et veni». Allí descansa con su exigente objetivo cumplido a los ojos de muchos de sus lectores: «Existe un trabajo aún más inexorable que el de ganarse el pan; es el trabajo para ganarse el ser a través de la vida, de la historia».
Fuente: http://www.diariosur.es/20100116/cultura/maria-zambrano-filosofa-errante-20100116.html
SPAIN. 16 de enero de 2010
Aquí encotré una idea de soledad muy original… un poco literate pero miralá…
http://www.ateneodecaceres.es/Ateneo/index.php?option=com_kunena&Itemid=69&func=view&catid=5&id=12