Me di cuenta, igual que le pasó en su tiempo al joven René Descartes, que estaba atrapado por la enorme cantidad de ideas falsas que desde mi infancia había tenido por ciertas. Pensé que, como también afirmó Diderot antes de morir, «el primer paso hacia la filosofía es la incredulidad».
Todo está dicho e inventado. Llegué a la conclusión de que sobre lo que no se puede hablar, ni aportar nada nuevo, se debe pensar en silencio
Era el año 1974. El profesor Rico nos daba clase de Derecho Político en la Universidad de Granada. Yo asistía a esa clase, cosa rara. Un día, al definir el Derecho, pronunció una frase del escritor granadino Ángel Ganivet: «El derecho es una mujerzuela flaca y tornadiza que se va con el primero que hace sonar las espuelas o golpear el sable». La frase me llamó la atención. Afortunadamente, no tenía idea de ejercer la carrera. Ángel Ganivet tenía una calle en Granada. También tuvo problemas sentimentales. Se suicidó lanzándose desde un barco al río Dvina, en Riga. Tenía treinta y tres años. El profesor Rico murió algunos años después de darnos clase. Nos hablaba de Thomas Hobbes. Nos decía que el filósofo inglés había nacido prematuramente a consecuencia del miedo terrible que le entró a la madre al oír que la armada invencible española se acercaba a las costas británicas. «El temor y yo somos gemelos», decía Hobbes.
El profesor Rico nos hablaba de Filosofía del Derecho en clase de Derecho Político y otro profesor Calera nos daba clase de Derecho Natural. O sea que los alumnos de aquella promoción adquirimos un amplio bagaje filosófico. El profesor de Derecho Natural nos hablaba de todo excepto de Derecho Natural. Aprendí mucho con él de historia y literatura. Me sorprendían las frases que decía Hobbes. Frases que se pueden aplicar hoy igual que hace tres siglos y medio. «El valor de un hombre es, como en todas las cosas, su precio», afirmaba Hobbes. Y también: «La palabra es la demostración de la inteligencia del hombre… Así como la moneda de los estúpidos». Hobbes estaba convencido de que el hombre se agrupa en sociedades para superar el miedo a la muerte. Al menos eso era lo que yo interpretaba. El señor Hobbes decía que sin una sociedad, el hombre se encuentra en un estado salvaje donde no existen las reglas, el orden o la justicia, y la vida se convierte en una lucha de todos los hombres en un contexto de conciencia y abusos o, según sus propias palabras, de «fuerza y fraude». En Leviatán, Hobbes lleva a cabo una sombría descripción de un mundo donde reina el caos, y acaba el relatocon las siguientes palabras que me quedaron tan grabadas como la frase de Ganivet: «Y, lo peor de todo, el miedo perpetuo a la muerte, y la vida del hombre, una vida solitaria, pobre, horrible, embrutecida y breve». Las últimas palabras de Hobbes en su lecho de muerte fueron las siguientes: «Estoy a punto de emprender mi último viaje, un gran salto al vacío». Las asignaturas de Derecho Natural y Derecho Político me apartaron definitivamente del ejercicio de la abogacía y me convirtieron en escritor.
Aquellas clases me hicieron pensar demasiado. Me di cuenta, igual que le pasó en su tiempo al joven René Descartes, que estaba atrapado por la enorme cantidad de ideas falsas que desde mi infancia había tenido por ciertas. Pensé que, como también afirmó Diderot antes de morir, «el primer paso hacia la filosofía es la incredulidad». Así que empecé a no creerme nada y a crear mi propio mundo de verdades íntimas. Lo dijo Empédocles: «Cada hombre cree tan sólo en su propia experiencia». Tenía razón Karl Marx cuando afirmó que lo único que había hecho la filosofía era interpretar el mundo de varias maneras, cuando lo que realmente hacía falta era cambiarlo. Me propuse cambiar el mundo y la única manera de conseguirlo consistía en crear un mundo aparte. Pero mi mundo estaba influido por los héroes del profesor Rico. Cuando trataba de hablar con mi propia voz, en realidad asumía el papel de interlocutor de las palabras de Hobbes, Marx, Russell. Todo estaba dicho e inventado. Llegué a la conclusión de que sobre lo que no se puede hablar, ni aportar nada nuevo, se debe pensar en silencio. Esa sería mi filosofía en el futuro: la Filosofía del Silencio. Sin embargo, paradójicamente, cuanto más silencio guardaba más necesario era explicarme.
Decía Fichte que el tipo de filosofía que uno elige depende del tipo de persona que uno es. Yo elegí el único camino que, según el pesimista Arthur Schopenhauer, nos permite escapar de la miseria de la vida: el arte. A través de la pintura, la escultura, la poesía, el teatro y la música, la constricción que sufre permanentemente la libertad se libera, y por unos instantes el hombre queda asimismo liberado de las torturas de la existencia. Durante ese momento el ser humano se encuentra en una dimensión más allá del mundo empírico, donde no existen las nociones de espacio ni de tiempo, ni tan siquiera de nosotros mismos y de nuestras limitaciones físicas. «El mundo es mi representación de él», decía Schopenhauer.
Epicuro me enseñó a vivir de otra manera. Él opinaba que ya que estamos condenados irremisiblemente a la no existencia, deberíamos aprovechar al máximo -antes de que sea demasiado tarde- las oportunidades que nos ofrece la única vida de la que disponemos. Así pues, como afirmaba el filósofo de Samos trescientos años antes de Jesucristo, nuestros objetivos en esta vida han de ser vivir plenamente y alcanzar la felicidad, para lo cual resulta imprescindible mantenerse al margen de todo ese cúmulo de violencias e incertidumbres que caracterizan la vida pública. Sin embargo, la Filosofía del Silencio no puede abstraerse de la realidad. Esa es nuestra condena, que el silencio es imposible en medio de tanto ruido. «Este mundo es una comedia para aquellos que piensan y una tragedia para los que sienten. Sólo así se entiende por qué Demócrito reía y Heráclito lloraba». Era el año 1974. Me da vértigo pensar que ya han pasado treinta y cinco años. El profesor Rico y el profesor de Derecho Natural me transmitieron la sabiduría de los filósofos. La Filosofía del Silencio consistía en permanecer callado mientras escuchaba sus voces. Las sigo escuchando yme sigo haciendo las mismas preguntas de entonces.
Fuente: http://www.diariosur.es/20091212/cultura/filosofia-silencio-20091212.html
SPAIN. 12 de diciembre de 2009
Sólo quiero expresar mi admiración al maestro José Antonio Garriga Vela, quiene aparece como autor del breve ensayo. Yo, utilizo este pronombre en primera persona, no sé nada de filosofía pero me encontrÉ con la página y la verdad cuesta trabajo comprender tanta sabiduría cuando nunca hemos tratato de entendernos como seres humanos. Gracias