“Para la mayor parte de los modernos, la metafísica se ha hecho inaceptable, hay que rechazarla. Es porque temen que la metafísica podría conducirlos a Dios. Existe miedo a ser alienado por Dios. Pero Dios, o lo que hay detrás, es exactamente la savia, la potencia, la energía universal de la que participamos y en la que participamos… Dios o el suicidio”.
QUIERO sumarme, modestamente, a la celebración del centenario de Eugene Ionesco (1909-1994) que estos días se conmemora en Francia. Porque hay encuentros con autores y obras que nos marcan para siempre. Mientras los leemos sentimos el temblor del descubrimiento, como si con sus obras nos graduaran la vista y la sensibilidad, y fuéramos percibiendo y sintiendo cosas que antes veíamos y sentíamos borrosamente. Después de haberlos leído no somos del todo los mismos. Estos descubrimientos, cuyo fulgor primero nunca se olvida, son el punto de partida de un proceso que va creciendo en nosotros y con nosotros, haciéndonos ser como somos.
Me ha sucedido, en literatura, con David Copperfield de Dickens, En busca del tiempo perdido de Proust, Lord Jim de Conrad, San Manuel Bueno, mártir de Unamuno, Carpe diem de Bellow, la correspondencia de Kafka o la historia de Bessie Popkin en La llave, el cuento más emocionante que he leído, incluido en Un amigo de Kafka y otras historias de Bashevis Singer. Y me sucedió, en el caso de Ionesco, con la visión de El rinoceronte en Estudio Uno el 29 de junio de 1966 (paradoja: mientras la televisión franquista divulgaba a Ionesco, la democrática defeca los grandes hermanos, sálvame, clase del 63…), maravillosamente interpretado por José Bódalo, José María Caffarel, Margarita Calahorra y José Vivó; y con la lectura, tres años más tarde, de su Diario.
Nunca dejará de resonar en mi memoria el monólogo final de Bérenger, el único hombre que se negó a convertirse en rinoceronte para ser aceptado por sus congéneres mutados en bestias: “Estoy solo. Pero no me tendrán. No me tendréis. No os seguiré, no os comprendo. Sigo siendo lo que soy. Un ser humano… Soy el último hombre y lo seré hasta el final. No me rindo”. Y nunca he dejado de releer, en la ya vieja, manoseada, subrayada y anotada edición de Guadarrama que me regaló mi amigo José Miguel Méndez cuando cumplí 17 años, el unamunianamente agónico Diario en el que Ionesco anotó: “Para la mayor parte de los modernos, la metafísica se ha hecho inaceptable, hay que rechazarla. Es porque temen que la metafísica podría conducirlos a Dios. Existe miedo a ser alienado por Dios. Pero Dios, o lo que hay detrás, es exactamente la savia, la potencia, la energía universal de la que participamos y en la que participamos… Dios o el suicidio”. El drama y la gloria de un hombre del que ha dicho su hija: “para mi padre, que quiso ser monje pero le faltó fe, el arte era un sustitutivo de la religión”. Tan joven, tan vital, tan imprevisible… Y ya con un siglo a cuestas
Fuente: http://www.diariodesevilla.es/article/opinion/559222/homenaje/ionesco.html
SPAIN. 9 de noviembre de 2009