Escribió Aristóteles allá por el siglo IV antes de Cristo que «todos los hombres desean por naturaleza conocer» (Metafísica, A, 1). Sin embargo, este principio parece frustrarse en nuestros días. Quienes por oficio estamos en contacto diario con jóvenes, los vemos sumidos en una profunda ignorancia. Ciertamente saben mucho de tecnología, de ordenadores y, si son aplicados, de los cuatro saberes positivos que les transmiten en la escuela.
Pero ahí se quedan. Confiesan sin rubor que jamás han leído la Ilíada, el Cantar del Mío Cid, el Quijote o cualesquiera de las grandes obras que a lo largo de los siglos han fraguado el alma humana. Confunden impunemente a Petrarca con un pintor, a Juan XXIII con un emperador o la Beltraneja con una especie animal extinguida. Y son capaces de plantarse ante la Piedad de Miguel Ángel o un Concierto de Bach sin que sus sentidos se asombren de tal belleza.
Cuando hablamos de crisis educativa es a esto a lo que nos debemos referir, no a porcentajes relativos de cuántos pasan o no a la Universidad. La ausencia de los conocimientosindicados, los que no en vano se llaman «de humanidades», implica no saber de dónde se viene, no tener modelos para orientarse en el presente y resignarse a vagar hacia el porvenir sin referencias ni criterios.
En consecuencia, cuando se propone para solucionar la situación un gran consenso de Estado, esta medida estará muy bien si durante unos años nos libramos en la enseñanza de ridículas disputas partidistas; pero muy mal si, para alcanzar tal acuerdo se sigue renunciando, como hasta ahora, a la cultura clásica, a la historia, la literatura, la filosofía, la música, el latín y el griego, que son a fin de cuentas los conocimientos humanos, los que nos otorgan la verdaderas llaves de la vida y sacian la que Aristóteles calificó como nuestra innata y universal sed de aprendizaje.
Fuente: http://www.cope.es/26-10-09–aprender-verdad-13894-opinion
SPAIN. 26 de octubre de 2009