Implicaría que un ser hedonista necesariamente tendería al anarquismo. Si fuera así, los hedonistas no tendrían cabida.
La semana anterior se expuso brevemente cómo el auténtico hedonismo proponía estructurar una moral fundada en los placeres verdaderos. Sin embargo, existen varios puntos que impiden que esta doctrina se pueda predicar en términos colectivos.
Según Aristóteles, el ser humano es por naturaleza un zoon politikon, un ser social; tesis que ha tenido una aceptación casi unánime en la historia de la filosofía.
El problema esencial está en cómo conciliar el hedonismo con el aspecto social del ser humano.
Las dificultades arrancan de la delimitación y determinación de aquello que son los placeres verdaderos de los falsos.
Es decir, cómo diferenciar entre los placeres que proveen de una dicha duradera, de aquellos cuyas prácticas esconden verdaderos peligros para los individuos.
Si entendemos que el placer es esencialmente subjetivo, además de íntimamente vinculado al ámbito cultural, es imposible fijar, a priori, una lista exhaustiva de verdaderos placeres, válidos universalmente para todos los individuos y culturas.
Es entonces cada individuo quien, a su juicio, debería elegir cuáles son los verdaderos placeres a perseguirse. Por tanto, no se puede excluir el que existan personas que elijan placeres que sean incompatibles con la vida en sociedad.
Por otro lado, Onfray señaló cómo la libertad es uno de los verdaderos placeres buscados por el hedonismo. Ahora bien, si nosotros tomamos en cuenta las tesis de Proudhon, o de Chomsky, el único sistema en el que la libertad del individuo se realiza plenamente es el anarquismo.
Según este último: “(La libertad) es la única condición bajo la cual la inteligencia, dignidad y la felicidad pueden desarrollarse y crecer; no se trata puramente de la libertad formal que es concedida, medida y regulada por el Estado (…), me refiero a la única libertad que se puede llamarla como tal, la libertad que consiste en el completo desarrollo de todos los poderes materiales, intelectuales y morales que están latentes en cada persona; esta libertad que no reconoce ninguna restricción más allá de aquella determinada por las leyes de nuestra propia naturaleza individual”. Esto implicaría que un ser hedonista necesariamente tendería al anarquismo.
Si esto es así, los hedonistas no tendrían cabida en una sociedad como la nuestra, en donde se encuentra acumulado un sinfín de normas jurídicas, cánones religiosas y modelos sociales.
Onfray asegura que el ser humano es naturalmente hedonista. Si este filósofo tuviese razón, los individuos se encontrarían actualmente ante una dicotomía devastadora, debiendo escoger entre la realización de dos aspectos inherentes al ser humano: ser hedonista o ser un ser social.
Fuente: http://ww1.elcomercio.com/noticiaEC.asp?id_noticia=303413&id_seccion=1
ECUADOR. 10 de Septiembre de 2009