Como antes Platón y después Ortega, Santo Tomás de Aquino propugnaba que el gobierno de las naciones debía confiarse a quienes exceden en virtud e inteligencia al común de los mortales.
UN reciente comentario expresado por el presidente de Francia acerca del escaso nivel intelectual de su homónimo español, ha puesto de actualidad un asunto controvertido: la capacitación de los políticos para los cargos que ocupan. Es de suponer que a estas alturas (cerca de seis años de gobierno) cada cual tendrá formada ya su opinión sobre las destrezas y talentos de nuestro presidente (en honor a la verdad, hay que decir que bastante coincidentes, mal que nos pese, con la del francés) pero, más allá de las personalizaciones, parece oportuno reflexionar sobre la comprobada tendencia que manifiesta la clase política hacia la indigencia intelectual.
Partiendo del hecho de que la única vez que fui a votar lo hice a un partido de derechas y, por tanto, soy, a juicio de un socialista que, a la sazón, preside la federación de municipios españoles, un “tonto de los cojones”, me siento legitimado, siquiera por alusiones, para expresar, en justa reciprocidad, mi opinión -de manera algo más sutil- acerca de la tontura de nuestros políticos. Como antes Platón y después Ortega, Santo Tomás de Aquino propugnaba que el gobierno de las naciones debía confiarse a quienes exceden en virtud e inteligencia al común de los mortales y bien podría decirse que la sociedad actual es, en este sentido, ferozmente antitomista ya que ninguna de las dos cualidades son requisitos necesarios (más bien se revelan obstáculos) para realizar una fructífera carrera política. Y no es que los políticos sean diferentes a la gente normal (algunos incluso podrían ganarse la vida trabajando) sino que la sumisión y el servilismo (condiciones imprescindibles junto a la lasitud de escrúpulos para progresar en los partidos) combinan muy mal con la inteligencia y la virtud y de ahí se deriva que la estulticia esté tan generosamente representada en los profesionales de la política.
Fue el propio Tomás de Aquino quién realizó un exhaustivo análisis sobre los tontos y la tontería verificando que: stultorum infinitus est numerus, o sea, que los tontos son legión. Bajo esa premisa el santo describe hasta veinte tipos de tontos (no incluye, por cierto, la variedad “de los cojones”), los efectos que se derivan de cada uno de ellos e incluso aporta algunos voluntariosos remedios para la tontería. Y es que no es lo mismo un insipiente (falto de sabiduría o ciencia) que un estólido (falto de razón y discurso); resulta más problemático, por ejemplo, tratar con un fatuo (el tonto que se cree listo) que con un necio (el tonto que no sabe que lo es) y desde luego es toda una tragedia depender de un insensato (un fatuo que, además, tiene poder). Tomás aconseja obras de misericordia para evitar la propagación de la tontería: “soportar a los molestos”, “enseñar al que no sabe” y “dar buen consejo al que lo ha menester” y en cuanto a los remedios propone el estudio, la deliberación y, en casos difíciles… la oración. No me negarán lo inquietante y actuales que resultan las observaciones de un filósofo del siglo XIII que nos alerta sobre el peligro de que nuestros destinos estén dirigidos por tontos. Es peor estar en manos de tontos que de malvados…. ¡los tontos nunca descansan!
Fuente: http://www.europasur.es/article/opinion/411111/tontos.html
Algeciras, Cádiz, Spain. 29 de abril de 2009